viernes, 13 de abril de 2012

Viajes: vuelo por la sierra

Ayer descubrí algo que debí haber imaginado desde siempre. Pero no, a veces soy demasiado ingenuo. Resulta que por cuestiones de trabajo tuve que sobrevolar la sierra sinaloense. No, no soy soldado, ni marino, ni mucho menos PFP. Pero volé. A 1200 pies  en una avionetita. Ni más alto porque casi no daba más, ni más bajo porque se pone uno a tiro de los cuernos. Así lo dijo el inche capitán, sin que alcanzara yo a dilucidar si era en broma o en serio. Tal vez un poco de los dos, como se acostumbra uno a hablar de esas cosas cuando vive por acá, so pena de acabar con hipertensión por el estrés.

Total que les decía que descubrí algo. Aunque es más exacto decir que descubrí dos cosas. La primera es que la aviación civil en México es un desmadre, como casi todo lo demás. La segunda es que la sierra sinaloense es bellísima también viéndola de lo alto. O sea, yo me llevé el mapita para decir como y por dónde, pensando que  se tenía que hacer un plan de vuelo y avisar a la marina por si acaso, de pérdida al aeropuerto más cercano, en el último de los casos al velador del cuartito de control de la aeropista. Pero no, nada. Me dijo pasé usté, me senté de copiloto asegurándome de no rozar siquiera ninguno de los controles. El piloto subió detrás de mi, susurró -libre-, haciendo como que veía que no se atravesara nadie, le dio dos toquecitos a un relojito que creo medía el nivel de combustible, como para que se acomodara la agujita, aplastó y jaló alternadamente un botón rojo y otro verde, aceleró como en neutral o como madres se le diga a eso en las avionetas, y luego enfiló medio rápido por la pista. Antes de que terminara de masticar todo aquello, mientras trataba de maniobrar en el reducido espacio disponible para sacar mi mapita de google impreso en blanco y negro, ya estábamos volando. A esas alturas, literalmente, me preguntó ¿Entonces que, para dónde es que me dijo que vamos?. Pues primero a la costa para ver la laguna y luego a la sierra, le dije. Antes de que terminara yo de articular la frase, ya estaba clavando un ala para hacer un giro mortal. Me agarré como pude del asientito cutre que apenas me sostenía, y le dije ¿Qué, hay algún problema?. Me volteó a ver y me contestó, no, es que pa´allá está el mar, mire, mire. En la medida en que nos acercamos a la costa vimos que había un banco de neblina bien asentado encima de la laguna que tenía que ver. Le pregunté si que hacíamos, si no podíamos ver nada, si teníamos que regresar o que, que si que transa con el plan de vuelo. Me volteó a ver y me dijo, pues puedo hacer un tres sesenta (haciendo con el dedo la señal universal de girar alrededor de algo). Me llevaría como media hora, en lo que sube unos metros la neblina y luego le intentamos por abajo, concluyó. A mi eso de intentar algo cuando la opción que resulta del fallo del intento es un aterrizaje forzoso no me convencía mucho, así que pregunté por la otra opción. Pues vamos primero a la sierra y luego regresamos para acá, dijo, mientras ya el sol quemó toda la niebla. ¿Pero no hay problema con el plan de vuelo? Insistí. ¿Es la primera vez que vuela en una avión de estos, verdá? Me dijo medio preguntando medio afirmando, no, no hay problema, vamos para la sierra. Antes de que pudiera yo terminar de digerir la intencionalidad subyacente en su pregunta-afirmación, ya había dado otro maldito giro del demonio, ahora para el otro lado. Así que a la sierra nos fuimos. Poca madre, bellísima, les decía líneas arriba. No es como los Altos o la Sierra de Chiapas. No. No son las cordilleras de cerros viejos, suavemente redondeados, abrazables. No. Acá parece que todo se hizo ayer y a machetazos, teniendo como resultado final una seria de cañones y cañadas salpicadas de picachos irregulares, gordos, delgados, puntiagudos estos, cortados casi a tajos los otros, formando todo un conjunto espectacular. Sin caminos casi, sin pueblos ni ranchos ni nada. Sólo la selva seca, con las venas de los arroyos y los ríos verdes, y en el fondo las cordilleras de pino. Chingón. Después de dos horas infartantes de vuelo, de las que todavía no me recupero, con momentos en que tenía que ver arriba para ver las montañas por el vuelo rasante entre los cañones, bajamos siguiendo un río, hacia el mar. Porque los ríos siempre desembocan en el mar. O casi siempre.



Total que nos acercamos a una ciudad que tenía un aeropuerto un poco más en forma, con torre de control y todo recortada en el fondo ¿Eso es un aeropuerto? Preguntó el capi. Así parece, contesté.¡Chin! No he avisado que íbamos a volar, dijo, mientras comenzaba frenético a jalar de nueva cuenta los botoncitos del tablero. Se sintió de volada el cambio de la velocidad, hasta un punto en que casi nos quedamos suspendidos en el aire, yo con el estómago un poco más arriba que el resto de mi cuerpecito. Oiga amigo ¿Que está haciendo? Dije, tratando de aparentar calma, pero con la voz un pelín quebrada. Volando bajo, para que no nos detecte el radar, contestó el infeliz, mientras yo veía las copas de los árboles casi tocar las llantitas del avioncito. Me volteó a ver con una sonrisa radiante mientras se permitía el chiste, al estilo Sinaloa, compa. No tuve fuerzas ni para aparentar como que me hacía gracia el asunto.

Regresamos un poco más tranquilos, siguiendo la línea de costa, hasta que llegamos al pueblo de donde salimos, y donde aterrizamos de vuelta, previa jaloneada de botones y nuevo descenso de la velocidad. Casi casi me persigno cuando el avión tocó tierra. Me bajé con las piernas temblorosas, pensando que que pendejo, que como pude haber pensado que la aviación era distinta. En realidad, como todo, o casi todo lo demás, es un desmadre donde nadie respeta las reglas, y vive un poco al filo, esquivando radares como quien se pasa el ámbar del semáforo. En la pista estaba una pareja de campesinos, con un chivito al lado. ¿Y ellos? Pregunté ya casi para irme. Son mis pasajeros, contestó el capitán ¿Y el chivo? Pregunté. ¿El chivo? el chivo también, contestó como quien responde algo obvio. Es que son de un pueblito de la sierra, contestó mientras sacaba una cuerda, que no supe si era para amarrar al chivo, o a los pasajeros. No se fueran a querer bajar.

Como yo.