viernes, 19 de septiembre de 2008

Entre la ficción y la cruda realidad: La Reina del Sur, la Reina del Pacífico.





  (...) A partir de 1997 y hasta el 2000 que dejé Chiapas, encontré un cierto equilibrio entre la militancia y la vida, que compartí entre varios círculos de amigos. Entre ellos, hubo un pequeño grupo, compacto, con el que acometimos a fondo cuanta tarea se nos puso enfrente. Me explico. No es que estuviéramos cambiando el mundo ni nada de capital importancia -aunque a veces creíamos que si- era solo que le entrábamos a todo con entusiasmo desbordado: que si jugábamos ajedrez, jugábamos hasta que le veíamos forma de caballos a los carros, de torres a los postes, y le parábamos cuando de plano perdíamos el contacto con la realidad, soñando despiertos con estrategias para el mate definitivo que señalara al campeón indiscutible de los minitorneos cruzados. Si decidíamos que nos gustaba un disco, por ejemplo de Óscar Chávez, Sabina o Manu Chao, lo poníamos hasta que le vecinos se aprendían las rolas, y lo quitábamos cuando nos amenazaban de muerte inmediata si no diversificábamos.
En una de esas nos clavamos con la zaga de "Los Tres Mosqueteros", repartiéndonos los papeles principales, imaginando tramas paralelas, esperando impacientes a que los cuatro libros fueron rolando por todos para ir compartiendo impresiones, platicando los avances con una copa de Casillero del Diablo imaginando que era D´Anjou, sin poder ponernos de acuerdo quién de nuestras conocidas era la terrible Milady, disfrutando en suma de la experiencia. De por sí, en mi caso, "Los Tres Mosqueteros" fue el primer libro en forma que leí a mis once años, y a la fecha lo debo haber leído un mínimo de 15 veces. Pero bueno, eso se los platico en otro momento.
El fervor mosqueteresco nos llevó a rastrear libros que hablaran de los libros que leíamos, y llegamos, inevitablemente, a "El Club Dumas", de Arturo Pérez-Reverte (no estaba desvariando, voy al tema que da título a esta entrada). Entendimos que no éramos los únicos apasionados con la obra del francés, y nos trasladamos al reino de la ficción donde se podía incluso matar a alguien por un manuscrito de Dumas, aderezado el asunto con la infaltable mujer fatal, un hombre atormentado, un toque de experiencias paranormales y demás ingredientes que mezcla sabiamente Pérez-Reverte en sus obras, tan entretenidas. Después, ya en solitario, le seguí la pista al autor con "El Maestro de Esgrima", "La Piel del Tambor", "El Pintor de Batallas", y la zaga del "Capitán Alatriste".
Desde el principio he disfrutado la obra de Pérez-Reverte, y desde el principio me percaté de que me gusta por lo que son sus principales debilidades: El fondo en el que transcurren las historias siempre es un entorno exótico teñido de romanticismo, como muy dirigido hacia el pequeño burgués primermundista que mira al sur con la nostalgia que tenía Gauguin a su regreso de Tahíti. Como parte de ese cuadro, existe siempre una mujer, La Mujer arquetípica, libre, atormentada, que toma sus decisiones con frialdad hasta que la vence el corazón, o que las tomaba con el corazón hasta que la venció la frialdad de la vida. No falta tampoco el hombre atormentado, con un pasado duro, que lo ha convertido en un filósofo de la sencillez, o un hombre de vida simple que pasa por una experiencia que lo hace ver la vida con el desencanto de la inocencia perdida. Súmele e eso el ritmo de la acción detenida de cuando en cuando con miradas retrospectivas que explican el presente, y tenemos todos lo ingredientes de la obra de Pérez-Reverte. Eso lo intuía, pero no tenía -como creo que tengo ahora-, los elementos para ponerle nombre y apellidos al asunto. Cuando empecé a dar clases de Sociología de la Comunicación, le entré de lleno a la obra de Umberto Eco, y en unos de sus textos (creo que "Apocalípticos e Integrados") encontré las claves de la obra de Pérez-Reverte, en un análisis general de la cultura de masas: Pérez-Reverte gusta por la tranquilidad que nos da enfrentarnos con pautas conocidas. Eso, entre otras cosas, me permitió entender el éxito de las telenovelas, o de personajes tan nefastos como Adal Ramones, de los que ves un programa y ya viste todo, por la repetición hasta el absurdo de tramas, personajes y situaciones. No aplica para el caso de los guionistas de televisión, pero en el caso de Pérez-Reverte existen ciertos elementos que le dan a su obra trascendencia. Su oficio como escritor, ganado como reportero de guerra; la documentación histórica y contextual, que se nota realiza a fondo para cada obra; y la compresión de lo ajeno, de los códigos morales que rigen la vida de los seres humanos en distintas latitudes y contextos.
Cuando salió a la venta "La Reina del Sur", le caí entonces de volada, conciente de que por primera vez tendría la posibilidad de contrastar la percepción del autor con un entorno conocido para mí. La obra resume las principales virtudes y defectos de la obra Pérez-Revertiana. Desde el título apuesta a seducir al enamorado del Sur, transcurre a medias en el sur profundo (México) y a medias en el sur vecino de los europeos: África del Norte y el Estrecho de Gibraltar, donde, también, las cosas escapan a la sencillez de la vida de un ciudadano español amante de la monarquía y de las leyes. El escenario en la parte mexicana no termina de cuajar, y tal vez conciente de ello el autor asume la personalidad del reportero español que en realidad es, para marcar la distancia que le permita licencia para las exageraciones, o para pasar por encima del marco local recurriendo a los clichés: las cantinas sinaloenses, la sierra rumbo a Durango, el sur de Sonora, la capilla de Malverde. Tampoco (y esto tómese con las reservas del caso pues lo dice un chiapaneco) termina de adueñarse del lenguaje local. Al ensayar una protagonista mujer en un entorno de machos, se ve obligado a explicar con constantes introspecciones el salto cualitativo que le permite a Teresa Mendoza pasar de amante de un narco a jefa de una organización internacional, incluyendo la zambullida en la obra de Dumas. El autor explica el salto señalado con una analogía descarada del Conde de Montecristo, incluido Abate Faria y tesoro que permiten a La Reina regresar de la cárcel refinada y poderosa.
La única relación entonces con "La Reina del Pacífico" es que ambas son mujeres destacadas en un mundo de hombre violentos, aunque como dice la misma Sandra Ávila a Julio Scherer, tal relación no vaya más allá, y se queje con amargura de que Felipe Calderón la marcó con el apodo, juzgando y sentenciando sin pruebas, de la acusación de ser un importante enlace entre cárteles colombianos y mexicanos. La amargura destila en el libro de Scherer cuando se aborda este tema, o cuando cuenta La Reina de los años prófuga, las pérdidas personales (se dice tres veces viuda, del esposo, del marido y del novio) o cuando explica porque prefiere que no la visiten amigos y familiares, en una auto condena al exilio de los cariños cercanos.
Julio Scherer, sobra decirlo, es un maestro en el arte del periodismo en general, de la entrevista en particular y un narrador que por su intertextualidad y conocimiento de las cloacas del sistema, hace en el libro constantes saltos laterales y al pasado. Uno de los saltos me llamó particularmente la atención: el policía que catea y desvalija la casa de La Reina, es hijo de otro, que Julio conoció en otros años viviendo en medio del lujo, y que se suicidaría después de matar a su mujer.
El acomodo de las entrevistas nos permiten acercarnos paso a paso a lo que Sandra Ávila llama la sociedad narca: “veo aun lado y están los narcos, volteo al otro y están los policías y militares, veo al frente y los veo juntos“, dice. La diferencia entre el mito Pérez-revertiano y la cruda realidad mexicana se asoma en cada línea del libro de Scherer, por ejemplo cuando comenta La Reina de las dificultades que surgen al tratar de moverse, independiente, en la masculina sociedad a la que pertenece.
Julio Scherer, como siempre, no juzga ni condena: se limita a tratar de comprender y compartir lo que comprende, las más de las veces dejando la voz a Sandra Ávila, matizando, enumerando (179 joyas de primera calidad le fueron decomisadas), dándonos a sus lectores, el trato que merecemos.


Lo vamos a extrañar cuando ya no esté.

martes, 16 de septiembre de 2008

Terrorismo en Morelia

Si partimos de que el terrorismo tiene como fin generar en la población de un país una sensación de temor e indefensión, lo que se vivió en Morelia la noche de ayer fue un atentado terrorista. Hasta ese momento (aunque cada vez menos) la gran mayoría de la población nos movíamos con la seguridad que daba el no estar involucrados en actividades delictivas, concientes sin embargo de que el número de bajas colaterales en los tiroteos estaba aumentando, y que los códigos existentes entre los cárteles de la droga (no mujeres, no niños) estaban perdiendo su vigencia.
Según las versiones de prensa que circulan hasta ahora, el atentado se atribuye a la delincuencia organizada vinculada al narco. Nadie en su sano juicio se ha atrevido a señalar a organizaciones político-militares de izquierda como probables responsables, pues una acción de este tipo está muy alejada de las formas de actuar de las guerrillas conocidas en el país. Seguramente en los próximos días veremos el deslinde de las principales organizaciones clandestinas en relación a este hecho. Tenemos entonces como hipótesis más probable, que estamos ante una acción "narcoterrorista". Las acciones de este tipo fueron inauguradas en Colombia por Pablo Escobar Gaviria, en los años 80 del siglo pasado. En muchos casos los artefactos explosivos colocados por sicarios al servicio de Escobar tenían como objetivo la desaparición de algún enemigo del capo, con absoluto desprecio por las "bajas colaterales" que pudiera haber. Hacia finales de los ochenta los atentados se volvieron netamente terroristas, con una demanda clara: No a la extradicción a Estados Unidos. El gobierno colombiano accedió, y se vivió un período de relativa calma en relación al crimen organizado en ese país.
Si estamos hablando de "narcoterrorismo" en México estamos jodidos porque el Estado y el gobierno mexicano han demostrado su absoluta ineficacia para combatir al crimen organizado. Eso pasa especialmente por la procuración de justicia y los altísimos niveles de impunidad que se viven en el país, la corrupción de los cuerpos de seguridad, así como por la fabricación de chivos expiatorios cuando es necesario mostrar resultados inmediatos. Esperemos que no sea el caso. Estamos jodidos también porque el ejército está ocupando cada vez más espacios que debieran estar reservados a los civiles, y con estas acciones seguramente se fortalecerá esta tendencia: sabemos que fueron las fuerzas armadas las que tomaron el control de la situación en Morelia inmediatamente después de las explosiones. Es preocupante ver en los videos disponibles a un militar de alto rango caminando entre los heridos, en lugar de las autoridades civiles de la ciudad y del estado. Y por último, estamos jodidos porque no hay una demanda planteada por los autores de estas acciones que pueda ser satisfecha. Suponiendo que esté vinculada a la ola de violencia de las últimas semanas, la única señal de demandas concretas son las decenas de "narcomantas" que aparecieron por todo el país, pidiendo a los tres niveles de gobierno que dejen de proteger a Joaquín "el Chapo" Guzmán, Ismael "el Mayo" Zambada y otros, lo que obviamente no puede ser cumplido como una acción del gobierno en ninguno de sus niveles. Sin demandas por satisfacer, sin "blancos" específicos, la única explicación pausible apunta hacia la sinrazón de la violencia gratuita, que sirve de mensaje ominoso: Aquí estamos, esto podemos hacer.

La palabra y la pantalla 2







De (medias) verdades incómodas y pesadillas de Darwin.
En estos tiempos de catástrofes naturales recurrentes, cualquiera se siente con autoridad para dictaminar con tono doctoral: es producto del calentamiento global. Si un huracán destruye Nueva Orleáns: es el cambio climático. Si se inunda todo Tabasco con un saldo de un millón de damnificados: lo mismo. Si sube el arroz y el maíz: el culpable es el efecto invernadero.
En gran medida este consenso se debe a la amplia difusión que tuvo el documental de Al Gore La Verdad Incómoda (An inconvenient truth, Guggenheim, EUA, 2006). Recurriendo a la larga experiencia de Davis Guggenheim en la realización de series televisivas (ER, 24), Al Gore nos presentó a lo largo del 2007 su visión de las cosas, enumerando una serie de síntomas sobre el estado del planeta que han sido ignorados por mucho tiempo por el gran público.
Echando mano de gráficas, fotografías y hasta dibujos animados, Gore realiza una eficiente labor de traducción del lenguaje científico hacia la lengua popular de lo que le está pasando al mundo, y lo que le pasará si todo sigue como está. Hasta ahí su principal mérito.
Sin embargo, la Verdad, difundida por el ex candidato a la presidencia de los EUA, es una verdad a medias, pues señala el problema pero no los causantes: las grandes compañías transnacionales que anteponen el beneficio económico de corto plazo, sobre la viabilidad de la tierra, incluyendo por supuesto la del género humano. Y de ahí al Premio Nobel de la paz hubo sólo un paso, facilitado por la corrección política del ex candidato que no cuaja como activista en pro del medio ambiente.
En otra tradición se inscribe el magnífico documental La Pesadilla de Darwin (Darwin´s Nightmare, Hubert Sauper, Francia-Austria-Bélgica, 2004). Con gran difusión en Europa durante el 2004 y una inexistente distribución en nuestro país, La Pesadilla de Darwin, aborda otro ángulo de las catástrofes ambientales del mundo contemporáneo: la introducción de especies exóticas a ecosistemas cerrados, en aras del aprovechamiento económico por sobre cualquier otra consideración. El escenario es el lago Victoria, en África central (tan lejana para nosotros, tan cercana a los europeos atados por el sentimiento de culpa de la colonia). En este lago, donde nace el Nilo, miles de pescadores se dedican a la pesca de “la perca del Nilo”, gigantesco pez que llega a pesar hasta 70 kilos. Las cifras abruman: 325 mil toneladas anuales de perca capturadas con medios rudimentarios, que son vendidas a los cientos de procesadoras que se encuentran en las márgenes del lago, para después ser trasladadas en alas de enormes aviones de carga hacia los mercados europeos, donde se consume cotidianamente.
El problema es que los aviones no llegan vacíos, todo indica que dejan armas para alimentar los constantes conflictos de la región y se llevan comida. Además, la presencia de decenas de pilotos en ese ambiente genera un auge de la prostitución, el alcoholismo y la drogadicción. Son desgarradoras las imágenes de los niños peleando por comida, o las del comercio paralelo, que se esconde al aséptico procesamiento en las plantas ribereñas, mediante el cual se venden a la población local los desperdicios de la pesca, cabezas de pescado fritas, que les son disputadas a los gusanos.
El discurso de las autoridades y los empresarios, retratado magistralmente por Saupert, suena preocupantemente conocido: “los ecologistas no ven los empleos que se generan con esta actividad, sólo ven las cosas malas”. La pesadilla se multiplica cuando vemos los efectos netamente ambientales de la introducción de la perca del Nilo, pues esta ha provocado la desaparición de decenas de especies nativas de peces, acabando con el frágil equilibrio ecológico del lago Victoria, poniendo en riesgo la subsistencia de miles de personas en la región en el mediano plazo. La Verdad retratada por Saupert es completa: se señala el desastre ecológico, la voracidad de las empresas globales, y el efecto combinado de esto en la sociedad. Ni Darwin en sus peores pesadillas pudo haberlo soñado.

Confieso que he fumado


"Escribir es el complemento perfecto para fumar" o algo cercano a eso dijo el renombrado escritor Nomeacuerdodesunombre. Y aunque la interpretación literal de la frase es bastante exagerada, su significado real refleja lo que me sucede cuando fumo asociando esta a otra actividad placentera: escuchar música, leer, escribir, comer, beber, manejar por una carretera panorámica y sin prisas, tomar café, conversar. La situación mejora si se combinan tres o más de estas actividades: se puede fumar, beber, conversar y escuchar música, mientras se maneja por una carretera panorámica. Cierto, no es muy recomendable pero se puede. Se puede también fumar, beber, escuchar música y conversar con los amigos, si y sólo si, lo hace en su casa, por lo menos y hasta ahora, en el papel de la Ley Antitabaco, que prohibe fumar en los antros, bares, cantinas y demás lugares de sano esparcimiento. Puedo entender que prohíban fumar en edificios gubernamentales, a dónde la gente está obligada a ir y chutarse trámites eternos; que se prohiba fumar en los restaurantes y comederos varios, pues según me dice gente cercana el humo del tabaco les estraga el sentido del gusto. De cualquier forma, habría que salvaguardar algunos cafés y restaurantes con letreros grande que digan "Aquí si se puede" y dejar que cada quién tome sus decisiones. Comparto por supuesto que no se fume en los espacios dedicados a la educación básica. No entiendo y no comparto en absoluto, que no se permita fumar en antros, bares y cantinas. Las personas que entran ahi son adultos, y en principio van a meterse una sustancia tóxica al organismo. Considero que con este apartado de la mentada ley se nos da trato de menores de edad, incapaces de decidir como, donde y con quien pasamos nuestro tiempo, restringiendo nuestras opciones. Hagamos pues una ley para que se le baje a la música en esos lugares, pues es sabido con estudios científicos que se afecta el oído medio por el ruido, y la garganta por los gritos con los que tratamos de hilvanar conversaciones en el Seven o en el Pluma. En el DF, donde la versión local de la ley está todavía más dura, los locales tienen su letrerito que reza "Espacio 100% libre de humo" como bien dice Rodríguez Araujo en las páginas de opinión de la La Jornada, estarán, si acaso, 100% libres de humo de tabaco. Y lo mismo aplica para otras ciudades igual de contaminadas. Una preocupación honesta (no oportunista e hipócrita) de los gobiernos por la salud pública, tendría que pasar por leyes (que si se aplicaran) que estuvieran encaminadas a reducir la emisión de gases tóxicos de las industrias del país.


Mientras esperamos que pase con la ley antitabaco lo que pasó con la ley seca gringa de los años veintes del siglo pasado, no queda más que emular a los virreyes, que cuando recibían una cédula real se la ponían sobre la cabeza mientras decían: "Acatése, pero no se cumpla".


Recomendación: lean La Diva Nicotina, Historia del tabaco, de Iain Gately. Es una muy bien documentada historia de esta planta, narrada de forma ligera y entretenida, con un cierto énfasis en lo que su consumo ha representado culturalmente para el género humano a lo largo de la historia.


Nota para Joaquín: Hijo querido, si algún día, en dos o tres años lees esto, sabrás que efectivamente, como suponías, no salía a cada rato de la casa porque tuviera que tirar la basura. Un abrazo.

lunes, 15 de septiembre de 2008

La palabra y la pantalla


El viaje de Carlos Tello Díaz por la selva Lacandona


La escasez de librerías de esta capital se suple medianamente porque, por alguna extraña razón, algunas editoriales escogen las cadenas de supermercados que acá abundan para rematar sus saldos. Ese es el caso de Joaquín Mortiz, y en días pasados tuve la suerte de encontrar en un Ley de acá varios libros a un precio excelente, en el botadero, por supuesto.
Entre ellos, el que pretendo reseñar aquí, En la Selva: Crónica de un viaje por la Lacandona (Tello, 2004). No está de más decir que lo adquirí con ciertas reservas, por el papel jugado por el autor con la obra La rebelión de las cañadas (1995), obra con la que el régimen pudo dar su versión de los hechos sobre la rebelión zapatista de 1994, y que indudablemente está basada en los archivos del CISEN. Sin embargo, impulsado a medias por la nostalgia de mi estado, y a medias por el deseo de revivir esta región de Chiapas, que tuve oportunidad de recorrer allá por 1999, compré el libro y me dispuse a leerlo un tanto escéptico.
Nada más opuesto al desierto que la selva Lacandona. Si usted está acostumbrado a los espacios abiertos, el silencio y la majestuosidad del desierto sonorense, no vaya a la selva, pues corre el riesgo de sufrir un ataque de claustrofobia al recorrer los espacios cerrados por la vegetación tropical y llenos de los sonidos de la vida que explota en cada metro cuadrado.
Carlos Tello Díaz alcanza a retratar esta atmósfera, desde la visión de un hombre de ciudad que encara el reto de vivir durante semanas en la selva. Logra transmitir al lector el asombro que supone enfrentarse a la abundancia de vida, y el cariño y respeto que sentimos por ella quienes la hemos caminado. Sorprende además su conocimiento de hombres ajenos a la selva que la recorrieron en distintas épocas, pasando por Bruno Traven y el génesis de La rebelión de los colgados, hasta importantes investigadores del período clásico de la cultura Maya, que durante la primera mitad del siglo XX “descubrieron” de la mano de guías indígenas importantes vestigios como Yaxchilán o Bonampak. Desde la intimidad de sus diarios de campo, sentimos que estos arqueólogos de vocación, casi ninguno de ellos con formación en las aulas sobre arqueología, nos susurran sus deseos, llenos de ansias de gloria y no exentos de la envidia, azuzados por las ganas de llegar primero.
Esto es posible sin duda por las ganas del mismo Tello Díaz de redescubrir la mítica ciudad de los Tzendales, “descubierta” en la primera década del siglo pasado, y de la cuál nunca más se han tenido noticias.
Carlos Tello fracasa en la búsqueda de las ruinas de los Tzendales, y fracasa también (acaso de forma deliberada) en el retrato social y antropológico que intenta hacer de los pueblos indígenas de la región. Su crónica está atravesada sin duda por su visión del conflicto zapatista, pues describe de forma romántica a los lacandones, pueblo con el que pasa la mayor parte del tiempo, reconociéndolos como únicos en su relación con la naturaleza. Los demás pueblos (tzeltales, choles, tojolabales) aparecen en su obra como advenedizos que depredan los recursos de la lacandona, y que por no pertenecer a ella la confrontan. Coincidentemente, los lacandones son el único pueblo que no tiene militantes en las filas del Ejército Zapatista, como el mismo autor reconoce.
De la mano de Tello Díaz, se puede pues recorrer la Selva de forma romántica, pero si lo que quiere es entenderla desde la literatura, lea mejor La rebelión de los colgados, y si le apetece más el enfoque académico, nada mejor que Resistencia y utopía, de Antonio García de León, que ofrece una visión panorámica de Chiapas y su historia. Ninguno de estos autores, por cierto, ha sido cuestionado por su cercanía con el poder.

Exposición de motivos

Porque el campo no aguanta más, y tampoco las ciudades.

Conocemos ejidos y comunidades del sureste, bajío y noroeste y en todos la situación es la misma, dentro de los matices y diferencias de cada región del país. Los que antes producían la comida de México todo, sin insumos, sin precios, sin nada, producen hoy apenas lo necesario para sobrevivir. Los que resignados sacrificaban una parte de su producción al funcionario corrupto de Conasupo, hoy reciben penalizaciones por parte de los coyotes, en una proporción mayor. La tierra es nuevamente una mercancía que se compra y se vende para dejar lugar a los complejos turísticos, los nuevos fraccionamientos, las minas o la agricultura intensiva para la exportación en manos de unos cuantos. Porque el maíz que consumimos viene del otro lado, y además es procesado por dos o tres empresas, porque hace años que no comemos tortillas que no sean Maseca, independientemente de la región del país en que estemos.
Porque en la ciudades la vida se pasa volando para millones de obreros que se levantan con la noche y vuelven a ella, todo el día trabajando, obteniendo la duras penas lo necesario para subsistir. Por los millones de vendedores ambulantes que hoy no sacan lo suficiente para comer, mañana tampoco, pasado mañana tal vez. Por los miles de hijos de familias clase medieras que no entraron a la universidad pública, pues las universidades han visto mermar sus ingresos en los últimos veinte años. Por los que se pasaron 4 o 5 años en la Unidep o en el Cnci, que pertenecen a los mismos que tienen todo, y cuando egresaron se sumaron al ejercito de miles de gerentes y subgerentes de franquicias, trabajando 10 o 12 horas diarias para malvivir. Porque a la vuelta de la esquina los espera otro igual a ellos, desesperado por colocar 6 tarjetas de crédito al día, pues le va casi literalmente la vida en ello. Porque las aceptan y se enganchan en la versión moderna de la tienda de raya.

Porque creo (quiero) que este país está punto de estallar y quiero ponerlo aquí cuando y como suceda y narrarlo en vivo desde Política y Rock & Roll en la Bemba. Porque me aterra que, otra vez, no pase nada y nos quedemos viendo pasar la historia, con su marcha tan lenta.

Porque quiero compartir con Adriana desde la profundidad de la palabra escrita.

Porque quiero que Joaquín cuando sepa me lea y me conozca.

Porque me revuelven las entrañas canciones como Apuesta por el Rock & Roll o No tengo tiempo de cambiar mi vida.

Porque he seguido creciendo en el desierto, porque he aprendido a conocerlo un poquito y quiero compartir lo que siento cuando veo que recibe cauteloso al mar. O lo que pasa cuando llueve y miles de plantas, urgidas, florecen. Porque me gusta el canto de los sapos de estas tierras, que esperan años la lluvia para salir a fornicar con frenesí reproductivo cuando llega, concientes de lo escaso de la oportunidad, para luego regresar bajo tierra, hasta la próxima. Para platicarles como vivo en Sonora.

Porque me falta la lluvia de Sancris, que dura días y meses y comienza a filtrarse por el adobe de las viejas casas, con un cierto sabor a Macondo. Porque extraño de Berrio el sol de mediodía de los domingos, un poco como detenido en el cielo, suspendido por las notas de la marimba que invariablemente se oye a lo lejos, hundiéndome lentamente en la cama, mientras la tristeza llega. Porque quiero platicar como es que soy chiapaneco, y compartir lo que conozco del profundo sureste.

Porque no extraño nada de Villahermosa, más que la gente que ya no está, y quiero explicarlo.

Porque quiero decir porque me gusta Querétaro, la muy hipócrita y la verdadera.

Porque quiero contar como vieron mis ojos a la majestuosa Roma, en donde participé en la marcha más grande en la que jamás nunca haya estado, contra la estulticia bushiana y la guerra, donde fui vendedor ambulante y repartidor de volantes. Porque quiero contarles también como vivimos un mes en el cálido Nápoles, aprendiendo italiano en el lugar menos adecuado para hacerlo.

Porque no he ido a Cuba. Porque quiero ir a Bolivia y Venezuela.

Porque llevo años diciendo que tengo que escribir, y no escribo. Atrás se quedaron los poemillas malditos de los quince, los cuentos inacabados con la beca de los veintes, las decenas de redondos artículos nunca firmados que publiqué en Resistencia, los pocos firmados que salieron en Libertad en Palabra, la oferta de Plaza y Valdez de publicar la tesis. Porque cada que le digo a Horacio que quiero escribir y no puedo me dice, siempre tan tierno, que llegará el día en que vomite todo lo que traigo dentro. Porque desde la honestidad Adriana siempre dice que no escribo porque no quiero, y en parte tiene razón.
Por el casi de siempre y el nunca cotidiano.

Porque hubo momentos en que el dogma impidió el crecimiento, pero seguí creciendo, sigo creciendo, por los nuevos autores que leo, que no son tantos como antes pero son. Por la nueva música que escucho, por las nuevas rolas que se eternizan en mi cabeza, hasta la próxima que llega.
Porque hay películas que vería siempre, como esa que me hizo amar la poesía de Benedetti, porque hay otras que no olvidaré nunca, por las que simplemente me divierten.
Porque quiero contarlo todo a los amigos nuevos y retomar los lazos con los amigos viejos, compañer@s tod@s en la lucha por parir la aurora.

Porque así es de por si la vida y hay que entenderlo y luego transformarla, imaginando lo que nunca fue.

En suma, porque estoy hasta la madre y contento, con la certeza de que el día es hoy.