jueves, 4 de octubre de 2012

Acá estoy

Realmente no sé si sigo siendo
o cambio de a pocos
si cada pequeña renuncia
o ensanchamiento de los límites
es sólo eso
o también lo otro

Realmente no sé si sigo actuando
o sólo pienso
O pienso que pienso
cuando en realidad
sólo justifico

Realmente no sé sigo acá
o me fui sin darme cuenta
compré boleto 
mee subí al tren
y todavía no llego

De verdad
Casi nunca sé
si sigo
río
pienso
O me dormí hace años
y creo que estoy despierto

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Como siempre

Como siempre, cuando no sé que hacer o no puedo hacer nada, escribo.

Ayer dije
Que voy a recoger los pedazos
ponerlos en un morral de ixtle
calzarme los huaraches
y recomenzar a andar

Pero en lugar de ixtle tengo plástico
sólo tengo zapatos
y mi andar está cansado

Allá adelante
en la primera curva del camino
la que tuerce hacia el sur
me están esperando

Es temprano o tarde
No lo sé
pero hay neblina como de las seis
La luz que se refleja en las gotas
Puede que se esté yendo
Tal vez venga
No lo sé

Sé que no alcanza a iluminar la aurora
o el atardecer
Tampoco alcanza para saber
si allá está realmente el sur
y los míos...

O el norte frío y cruel

jueves, 26 de julio de 2012

El salto cualitativo

Lo que son las cosas. Hoy 26 de julio de 2012, pasará a la historia como el día en que el movimiento contra la imposición de Peña Nieto dio la vuelta de tuerca, el salto cualitativo y todos los clichés que se les ocurran por el estilo, que serán usados por los que hagan la revisión de las crónicas de estos días.

El primer ingrediente del salto se da con realización de la acción acordada hace dos semanas en Atenco: el #cercoTelevisa, el #OcupaTelevisa, el nadie entra todos salen vuelto una realidad, cuando en algún momento se pensó que la interuniversitaria del #YoSoy132 podría no entrarle. Por lo menos así se vio desde lejos. Pero se armó. Que chido que está saliendo. Gracias, otra vez a @nickops por la transmisión.

Deja tú el ambiente de cumbia y baile, que ya de por sí sería suficiente para estar feliz. Emocionan las consignas que relacionan a Atenco y Wirikuta con lo que está pasando. Ahí. No importa, vale madres que, como grita alguien, falte cubrir en Niños Héroes y Balderas. Lo importante es que pasó, que en la figura de Televisa ubicamos a los poderes fácticos, que pretenden ser gobierno real. Y como decían hace rato, fíjate que no, que siempre no.

El segundo lo puso AMLO. Muchos de nosotrxs lo veníamos diciendo y repitiendo: el 2012 no puede ser como el 2006. Los costos son muy altos y la idea del carácter pacífico y legal del movimiento no debe ser confundida con la pasividad de las marchas que se agotan en sí mismas. Nosotrxs no somos ilegales, el sistema dejó de ser constitucional. Nosotrxs no somo violentos, la violencia es inherente a este sistema. Y ¿Quién si no los jóvenes, los trabajadores despedidos y los campesinos despojados para volver a este país a la legalidad? Y en esa dinámica, Andrés Manuel pone lo que faltaba: la idea del #presidenteinterino. 


Como decía Julio Hernández, AMLO sabe que al poner esa idea sobre la mesa se pone él mismo en un segundo plano. Un segundo plano desde el que tal vez no vuelva. Es más, probablemente sea necesario que haga explicito que él no va a las elecciones extraordinarias para que esto se termine de prender y resulte: la invalidez de la elección y un presidente interino que convoque a nuevas elecciones. 


Y entonces estaremos más cerca de nacer la aurora, y de hacer que la patria sea buena, y permita el buen vivir de todxs. Que permita que nadie tenga que recibir 500 pesos por su voto. Y dónde el voto sea una pequeña parte de nuestra participación ciudadana. Una patria donde la Constitución y la legalidad estén vivas, aunque para revivirlas tengamos que recrearlas.

Hoy eso está más cerca y el que la posibilidad se vuelva realidad, está en nosotrxs.

domingo, 22 de julio de 2012

La MegaMarcha

Y cuando empezamos que había pasado otra vez, y nos estábamos acostumbrando al sabor amargo, el nudo en la garganta y la presencia aplastante de la derrota detrás de los ojos, las cosas comenzaron a moverse. Otra vez.

Estuvimos atentos a la Convención contra la imposición en Atenco, de la posición sobre ello del #YoSoy132, del Plan Nacional de AMLO. También de las Redes y las calles, tratando de ver si otra vez la derrota había llegado, o podíamos recuperar la alegría y la esperanza. Viajamos, vimos y participamos en las movilizaciones en Querétaro, apenas dos días después de las elecciones. Leímos y dijimos que sin perder la vista en el largo plazo, teníamos antes que pensar en el aquí y ahora, en la coyuntura que definirá, otra vez, todo. Con la certeza de que una vez que Peña Nieto esté en el poder, viviremos, aún más, en la ignominia de la violencia y simulación. Que la única forma de evitar la imposición es que Televisa y los otros poderes fácticos hagan su balance y vean que es más caro imponer a Peña Nieto que abrir la oportunidad de mejorar un poquito el país, de dejar que las cosas sean como pueden ser, como serían sin contar la compra de votos y conciencias, la perversión de las instituciones a las que no se les pide nada más que garantizar el poco de democracia que son las elecciones.

Y cuando escuchamos aquí y allá en las voces de lxs compañerxs las palabras: resistencia, resistencia. Y las frases "largo plazo" o "ciclo de la historia" nos preocupamos. Porque se parecían a las mismas del 95, cuando pudimos exigir y conseguir la renuncia de Zedillo entre el Barzón, la Intersindical 1° de Mayo, el EZLN y los demás daminificados de la crisis y del neoliberalismo salinista, del primer gran remate de la patria. Y no lo exigimos y no lo conseguimos ¿Saldo? Remate de ferrocarriles, FOBAPROA. Y con la resistencia logramos parar el intento de reforma constitucional que permitiría privatizar a Luz y Fuerza y CFE. Pero sólo para saber años después que la mitad de la energía eléctrica la producían las compañías españolas.

Y otra vez en el 2006, pensamos en la resistencia y largo plazo, y no exigimos y no conseguimos que la elección se anulara. Nos fuimos a Reforma y no a las carreteras. Nos quedamos en casa rumiando la derrota, pensando en la resistencia de La Otra, en el largo plazo y en la historia. Y cuando se intentó privatizar PEMEX los detuvimos. Pero sólo para saber años después que si se hicieron "parcelas" y contratos de servicios múltiples y PIDIREGAS. Pero eso es lo de menos. En estos seis años nos enteramos de a poquitos que el país se estaba desplomando, cayendo en el agujero más negro de su historia con 60, 80 mil muertos. Con decenas de miles de desaparecidos. Con decenas o cientos de miles de desplazados por la violencia. Casi sin futuro ni viabilidad como país, casi sin nada más que el miedo y la derrota a cuestas.

Así que bien por la megamarcha. Estuvo chida, me regresó desde hace unos días alegría, esperanza, claridad para tomar decisiones. Pocas veces recuerdo, si no es que ninguna, en dónde tanta gente en tantos lados se haya movilizado con tan sólo una demanda tan concreta: no a la imposición. Así que nos vamos a dormir con la certeza de que algo tiene que pasar. Pero también de que no pasará nada si esto es lo más que hacemos. O mucho más pero igual. Si confundimos el carácter pacífico de este movimiento con pasividad y falta de ingenio. Si la protesta se queda y se agota en la calle y en la plaza. Si les resulta más barato a los que tomaron la decisión de imponer a EPN escucharnos y rodearnos y esperar el desgaste, continuar con la compra de conciencas, y despedirse o estrenarse con la represión. O si piensan que esta vez va en serio. Que cuando decimos no otra vez, no estamos pensando en la resistencia a 6 o 10 años, sino que estamos hablando de los próximos días. Que cuando decimos que vamos a construir el país desde abajo, con visión de largo plazo y democratización de lo vida y de los medios, nos referimos a que vamos hacerlo, pero sin Peña Nieto en la presidencia.

Si, como siempre la Razón y la Historia están de nuestro lado. Es más, tal vez nunca antes haya sido tan claro. Por lo menos en lo que nos ha tocado vivir y actuar, en los últimos veinte años. Y en estos días que me encuentro con la gente de ayer, y la de hoy, y la del norte y la del sur, y la de más al sur en la Patria Grande, me doy cuenta que hasta ahora, hemos perdido. Por madriza además. Nos han machacao, como dice una amiga de Madrid. Una madriza. No tenemos hoy más organización que ayer. Hemos perdido derechos y ganado en deudas y obligaciones. Nuestro suelo y subsuelo dejó de pertenecernos. Si la Patria era la de sobrevivencia o subsistencia, no nos han dejado ni eso. Nuestro presente fue lucha, pero este futuro no es nuestro.

Así que pasan los días y no puedo dejar de pensar en que ya me cansé de tener la Razón y la Historia. En que ya me cansé de resistir y parar algunas iniciativas privatizadoras. En que estoy realmente harto y hasta la mera madre de ver como el país se cae y se desmorona. Ya me cansé del largo plazo y los ciclos de la historia. Me doy cuenta pues, que quiero una victoria real hoy. Una anulación de las elecciones. Unas nuevas elecciones sin intervención de las televisoras y los poderes fácticos. Una patria un poquito menos jodida en la que podamos juntarnos sin miedo, y ensayar, ahí si, el nacimiento de la aurora.

Hoy. No hay después, no hay futuro, no hay resistencia que valga para mañana, si no logramos parar esto. Si no logramos abrir una ventana para ver el futuro. Si no logramos comunicarnos y encontrarnos y actuar con la claridad de lo que está en juego. Si no sumamos y nos sumamos. Si no arriesgamos. No hay mañana.
Hoy.

viernes, 13 de abril de 2012

Viajes: vuelo por la sierra

Ayer descubrí algo que debí haber imaginado desde siempre. Pero no, a veces soy demasiado ingenuo. Resulta que por cuestiones de trabajo tuve que sobrevolar la sierra sinaloense. No, no soy soldado, ni marino, ni mucho menos PFP. Pero volé. A 1200 pies  en una avionetita. Ni más alto porque casi no daba más, ni más bajo porque se pone uno a tiro de los cuernos. Así lo dijo el inche capitán, sin que alcanzara yo a dilucidar si era en broma o en serio. Tal vez un poco de los dos, como se acostumbra uno a hablar de esas cosas cuando vive por acá, so pena de acabar con hipertensión por el estrés.

Total que les decía que descubrí algo. Aunque es más exacto decir que descubrí dos cosas. La primera es que la aviación civil en México es un desmadre, como casi todo lo demás. La segunda es que la sierra sinaloense es bellísima también viéndola de lo alto. O sea, yo me llevé el mapita para decir como y por dónde, pensando que  se tenía que hacer un plan de vuelo y avisar a la marina por si acaso, de pérdida al aeropuerto más cercano, en el último de los casos al velador del cuartito de control de la aeropista. Pero no, nada. Me dijo pasé usté, me senté de copiloto asegurándome de no rozar siquiera ninguno de los controles. El piloto subió detrás de mi, susurró -libre-, haciendo como que veía que no se atravesara nadie, le dio dos toquecitos a un relojito que creo medía el nivel de combustible, como para que se acomodara la agujita, aplastó y jaló alternadamente un botón rojo y otro verde, aceleró como en neutral o como madres se le diga a eso en las avionetas, y luego enfiló medio rápido por la pista. Antes de que terminara de masticar todo aquello, mientras trataba de maniobrar en el reducido espacio disponible para sacar mi mapita de google impreso en blanco y negro, ya estábamos volando. A esas alturas, literalmente, me preguntó ¿Entonces que, para dónde es que me dijo que vamos?. Pues primero a la costa para ver la laguna y luego a la sierra, le dije. Antes de que terminara yo de articular la frase, ya estaba clavando un ala para hacer un giro mortal. Me agarré como pude del asientito cutre que apenas me sostenía, y le dije ¿Qué, hay algún problema?. Me volteó a ver y me contestó, no, es que pa´allá está el mar, mire, mire. En la medida en que nos acercamos a la costa vimos que había un banco de neblina bien asentado encima de la laguna que tenía que ver. Le pregunté si que hacíamos, si no podíamos ver nada, si teníamos que regresar o que, que si que transa con el plan de vuelo. Me volteó a ver y me dijo, pues puedo hacer un tres sesenta (haciendo con el dedo la señal universal de girar alrededor de algo). Me llevaría como media hora, en lo que sube unos metros la neblina y luego le intentamos por abajo, concluyó. A mi eso de intentar algo cuando la opción que resulta del fallo del intento es un aterrizaje forzoso no me convencía mucho, así que pregunté por la otra opción. Pues vamos primero a la sierra y luego regresamos para acá, dijo, mientras ya el sol quemó toda la niebla. ¿Pero no hay problema con el plan de vuelo? Insistí. ¿Es la primera vez que vuela en una avión de estos, verdá? Me dijo medio preguntando medio afirmando, no, no hay problema, vamos para la sierra. Antes de que pudiera yo terminar de digerir la intencionalidad subyacente en su pregunta-afirmación, ya había dado otro maldito giro del demonio, ahora para el otro lado. Así que a la sierra nos fuimos. Poca madre, bellísima, les decía líneas arriba. No es como los Altos o la Sierra de Chiapas. No. No son las cordilleras de cerros viejos, suavemente redondeados, abrazables. No. Acá parece que todo se hizo ayer y a machetazos, teniendo como resultado final una seria de cañones y cañadas salpicadas de picachos irregulares, gordos, delgados, puntiagudos estos, cortados casi a tajos los otros, formando todo un conjunto espectacular. Sin caminos casi, sin pueblos ni ranchos ni nada. Sólo la selva seca, con las venas de los arroyos y los ríos verdes, y en el fondo las cordilleras de pino. Chingón. Después de dos horas infartantes de vuelo, de las que todavía no me recupero, con momentos en que tenía que ver arriba para ver las montañas por el vuelo rasante entre los cañones, bajamos siguiendo un río, hacia el mar. Porque los ríos siempre desembocan en el mar. O casi siempre.



Total que nos acercamos a una ciudad que tenía un aeropuerto un poco más en forma, con torre de control y todo recortada en el fondo ¿Eso es un aeropuerto? Preguntó el capi. Así parece, contesté.¡Chin! No he avisado que íbamos a volar, dijo, mientras comenzaba frenético a jalar de nueva cuenta los botoncitos del tablero. Se sintió de volada el cambio de la velocidad, hasta un punto en que casi nos quedamos suspendidos en el aire, yo con el estómago un poco más arriba que el resto de mi cuerpecito. Oiga amigo ¿Que está haciendo? Dije, tratando de aparentar calma, pero con la voz un pelín quebrada. Volando bajo, para que no nos detecte el radar, contestó el infeliz, mientras yo veía las copas de los árboles casi tocar las llantitas del avioncito. Me volteó a ver con una sonrisa radiante mientras se permitía el chiste, al estilo Sinaloa, compa. No tuve fuerzas ni para aparentar como que me hacía gracia el asunto.

Regresamos un poco más tranquilos, siguiendo la línea de costa, hasta que llegamos al pueblo de donde salimos, y donde aterrizamos de vuelta, previa jaloneada de botones y nuevo descenso de la velocidad. Casi casi me persigno cuando el avión tocó tierra. Me bajé con las piernas temblorosas, pensando que que pendejo, que como pude haber pensado que la aviación era distinta. En realidad, como todo, o casi todo lo demás, es un desmadre donde nadie respeta las reglas, y vive un poco al filo, esquivando radares como quien se pasa el ámbar del semáforo. En la pista estaba una pareja de campesinos, con un chivito al lado. ¿Y ellos? Pregunté ya casi para irme. Son mis pasajeros, contestó el capitán ¿Y el chivo? Pregunté. ¿El chivo? el chivo también, contestó como quien responde algo obvio. Es que son de un pueblito de la sierra, contestó mientras sacaba una cuerda, que no supe si era para amarrar al chivo, o a los pasajeros. No se fueran a querer bajar.

Como yo.

jueves, 29 de marzo de 2012

Una piedra, una canción

Dónde estarán los zapatos aquellos
que tuve y anduve con ellos,
dónde estarán mi cuchillo y mi honda,
el muchacho que fui que responda

Candombé del olvido
Alfredo Zitarroza

Hoy me dieron una piedra
y tropecé con una canción
Tal vez fue al revés
No lo sé

Ayer los zapatos estaban rotos
los pasos rojos
y el cuchillo romo
Eso sé


Así que hoy escuché la piedra
coloqué  la canción
en la honda rota
si lo sé

viernes, 9 de marzo de 2012

Otro fragmento

Llévate la  historia
a donde yo no pueda encontrarla...
Real de Catorce

(...) 

A lo largo de ese 1994 entre plática y plática, aderezada con café, amor y cigarros, me fue quedando claro que esa primera percepción de Tamara era cierta. Parecía que toda su vida había estado organizada para que llegara ahí, a donde llegamos pensando que estábamos juntos, sin saber todo lo complejo que podía ser la vida recién entrando a nuestros 19 años.

Tamara se había hecho sola. Sola en serio, no sola como “era una niña muy callada y esforzada”, no. Sola. Ella como yo, venía de una familia de la oligarquía local, así que con el tiempo articulamos un discurso basado en uno de los textos de Mao. Cuando alguien nos restregaba nuestro origen en la cara, le decíamos con cara de no mames, compañero, uno es el origen de clase, otra la conciencia de clase y otra más la práctica de clase. El primero no importa, fíjese en los otros dos y deje de estar chingando con sus complejos de pequeñoburgués resentido. Digo que se había hecho sola, porque su madre esperó nomás parirla para tirarse al monte, al llano o al comando urbano, lo que fuera que hubiera escogido como campo de batalla de un minúsculo grupo guerrillero de mediados de los setenta. Así que digamos que planeada, pues Tamara no fue. Por lo menos no para la mamá, de quien nunca más volvieron a saber, ni por fuentes indirectas, aunque su padre dedicó una década completa a rastrearla, pero nada. Nada de información, ni de los que estuvieron en el Campo Militar No. 1 ni de nadie más de los que sobrevivieron a la Guerra Sucia. Apenas alcanzaron a tener la certeza de que se había metido a un grupo que se llamaba Ejército del Proletariado Mexicano, que recibió entrenamiento de segunda mano de otro grupo que se había entrenado en Corea, y que estuvieron involucrados en algunos asaltos bancarios (expropiaciones revolucionarias, compañero, no mames). Nada más. Tamara le pusieron por la guerrillera que acompañó al Che en Bolivia, por supuesto. Entre la militancia de sus papás y el origen alemán del padre pues no había para donde hacerse. Tamara Ulrich. Si, de los Ulrich de las fincas cafetaleras del Soconusco, de la parte pobre y repudiada de la familia. En su primera década de vida entonces, Tamara no tuvo madre porque se fue, ni padre porque la estuvo buscando. Una vez que vio que no la encontraba, decidió aprovechar una oportunidad e irse de maestro de la UNACh ahí mero en San Cristóbal, en la Facultad de Ciencias Sociales, a dónde yo llegaría a encontrarme con su hija diez años después. 


Tamara tampoco tuvo a nadie en la segunda década de su vida porque su papá se dedicó en las mañanas a dar clases, bien y con enjundia, y con la misma enjundia dedicó las tardes a emborracharse. Recuerdo la primera vez que lo vi, en la semipenumbra de la chimenea de la casa de madera que tenían en el Barrio de Cuxtitali, en San Cristóbal. Entré y lo saludé, volteó a verme apenas para luego empinar el vaso de brandy que tomaba, así derecho, poco a poco mientras canturreaba despacito, para si mismo: …te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido… Pero tú siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti, pensando en ti… como ahora pienso. Nueve de cada diez veces que lo vi, lo que cantaba entre dientes mientras se dedicaba con conciencia y método a emborracharse era esa canción. Se le veía la ascendencia en la tez canela y los ojos claros, aunque se veía también la herencia de su madre en los pómulos altos y los ojos almendrados, esos que tenía Tamara y que la hacían tan ella y tan bella. El primero de su apellido en tierras chiapanecas, el abuelo de Tamara había sido de los alemanes de la segunda oleada, que llegaron a México enviados por las casas comerciales con sede en Hamburgo, a verificar sobre el terreno la buena marcha de las fincas. Era el período de entreguerras, 1929 para ser precisos y Juan Ulrich, se independizó rápidamente de su casa matriz y se hizo de una finca, a la que puso por nombre, por supuesto, Hamburgo. Fue de los fundadores de la Verband Deutscher Reichsangehoringen, la Asociación de los Ciudadanos del Tercer Reich. Nazi. Entre los días que festejaba antes de 1945 estaba el 20 de abril, día del nacimiento de Hitler. Le tenía un altar en la sala de la casa grande de la finca. Fue un cabrón hijueputa completito, que un día se oponía a las escuelas en sus fincas, y al siguiente formaba un ejido en la periferia de sus tierras con los miembros de su guardia blanca. Tenía su propia casa de enganche en San Cristóbal, desde donde salían caminando cientos de tzotziles en una travesía infernal de 10 días hasta la finca, endeudados desde ya con Don Juan, para la pizca del café. Al llegar a la finca la chinga se recrudecía, y no eran pocos de los que hacían el camino de ida para nunca regresar. Tenía desde ese entonces y hasta 1994, una remachadora donde acuñaba fichas de su finca en hojalata, la única moneda que circulaba en la tienda de raya.  A finales de los años ochenta,  mejor cambió el enganche de mano de obra hacia Guatemala para evitarse las reivindicaciones de tierras. Indios son indios, decía. Hasta la caída del Tercer Reich, fue un digno representante de la raza aria: sobrio, culero, casado con una alemana que al inicio de la Guerra regresó a su patria y de la cuál no volvió a saber nada. Una vez que Hitler murió, se volvió un poco más ojete, y comenzó a emborracharse un día si y otro también, y a incursionar en los galerones de los peones cada cierto tiempo, acompañado de dos o tres guardias armados. De ahí salía con alguna muchachita apenas púber arrastrada de los pelos, a la que violaba impunemente. De estas uniones forzados fueron naciendo mestizos, que cuando se parecían a él se quedaban en la casa, integradas las madres a la servidumbre permanente. A los más güeritos les daba el apellido, en esas actas donde quedaba asentado “hijo natural reconocido”. Uno de los últimos de estos niños, de los más vivos, fue Juan Ulrich Pérez, el padre de Tamara. Orgullo disimulado de su padre por su inteligencia y sus ganas de quedar bien con él, decidió prepararlo para manejar Hamburgo, la que para ese entonces era sólo una de sus tantas fincas. Así que en 1967, con diecisiete años cumplidos, Juan Ulrich Pérez se fue a estudiar agronomía, en la Escuela Nacional, que estaba en la ex hacienda de Chapingo. Error garrafal. Ahí me lo echaron a perder, decía hasta sus últimos días el viejo Juan. El 68 tomó a Juan Ulrich Pérez en plena militancia de unos de los muchos grupos marxistas que había en la ENA, y lo emparejó con la que sería mamá de Tamara. La libraron y no cayeron al bote. En 1971 no le fue tan bien, lo madrearon y detuvieron, y lo tuvieron tres días torturándolo. Nunca hablaba de ello, pero tenía una cicatriz que le cruzaba la frente dando la impresión de que estaba siempre con el ceño fruncido, aún en las contadas veces que sonreía. Tamara suponía que la cicatriz venía de esos días...


lunes, 27 de febrero de 2012

Fragmento


Tele, rock gringo y mexicano, literatura existencialista, y decepción amorosa de por medio, llegué ese primero de diciembre de mis dieciocho un poco más jodido que de costumbre, que ya es decir. Estaba encabronado por estar triste, y triste por no ser felicitado por nadie. Para acabarla de joder hasta a mi madre se le había olvidado y muy sonriente (lo que fue la puntilla) me despidió con su: Que tengas buen día hijito, como todas las mañanas. Ese año fue el del divorcio de mis papás así que él ya ni vivía en la casa, mis carnales estaban dormidos, y yo con la amargura rebosando. Me subí al micro y prendí un cigarro, una señora tosió tímidamente y yo me la quedé viendo feo y le dije: Pues abra su ventana, y ella, Pues es que está atorada. Y mi mirada de acero templado, escrito en mi ceño fruncido con toda claridad: Pues se aguanta. Nadie dijo nada. Lo que son las cosas, si ahora se me ocurriera hacer algo semejante, barato me saldría si sólo me bajaran a patadas. Pero fue hace muchos años, y fumé y fumé y triste triste llegué a la escuela, y la misma que en la casa: nadie se había acordado. Y la mezcla de sensaciones, por un lado alivio de no tener que forzar una explicación a partir de la frase: A mi no me gustan mis cumpleaños, y por el otro encabronamiento como la primera vez que me escondí de niño debajo de la cama y pasó un chingo de tiempo y nadie se dio cuenta y todos siguieron tan contentos jugando y mis papás adelante con su vida, hasta que no me quedó más remedio que salir ¿Es que era tan difícil recordar mi cumpleaños, tan de plano imposible felicitarme con tacto? Contra mi costumbre de todos lo días entré a la clase para evitar a la banda. Aguanté a Burguete con sus historias de éxito espiritual y emocional sobre el éxito material, que más parecían justificación de por que él llegaba en una lancha de hacía veinte años y su carnal en una moto del año, con su jodida manía de tirarnos el rollo media hora y llenar en diez minutos el pizarrón de fórmulas matemáticas, que no dejaban de a seis, literalmente, y eso si corríamos con un poco de suerte. Aguanté a Piñuelas con su clase de geografía, con los textos trasnochados que nos dividían al mundo en blanco y negro, en capitalismo y socialismo, aunque el Muro ya había caído y Gorbachov estaba más cerca de vender pizza que de gobernar algo. Eso sí, los libros no se cansaban de decir que México tenía una economía mixta, por lo que tenía lo mejor de los dos sistemas. Lo curioso era que corría el sexenio de Salinas y muy pocas paraestatales habían sobrevivido al naufragio. Aguanté con un poco más de ánimo a la Mónica, que estaba muy mona y hablaba muy bien inglés, y se prestaba a despejar nuestras dudas sobre el significado real de las rolas que nos llegaban de inglesia, cuando los significados literales no nos decían  nada: maestra ¿Qué quiere decir She´s got the look? Y el pendejo del gordo como siempre oportuno y acelerado: Ella no puede mirar para atrás, y la Moniquita tan bonita, Noooooo, quiere decir literalmente que ella tiene el “look”, es decir que se ve muy bien”. Mientras yo pensaba, bien buenita como tú.

Después de la clase de inglés, andaba tristeando por la vida y decidí salir a fumarme un cigarrito (otro saldo negativo de la huelga, no se podía fumar más dentro de la escuela, nos consolábamos pensando que podía haber sido peor y que podían haber cerrado por siempre el portón como ya pasaba en las otras escuelas). Me senté con mi cara de atormentado en la piedrona del tabaco rápido, cuando me cayó un vergazo de agua, luego fui acribillado con huevos llenos de harina y confeti, mientras se me aventaban todos los amigos (y las amigas) a darme abrazos y besos al por mayor. A toda madre. Fue tan brutal el asalto que ni tiempo de encabronarme me dio, y luego, cosa inédita, todos los amigos (y las amigas) se mocharon con regalos bien chingones. Lo mejor es que no era nada comprado, todos se habían dado su tiempito para hacer alguna chingaderita con referencia a mi amarguez cumpleañeresca o al fin de cursos, desde la cursi agringadita de la tarjeta de “Friends 4 ever” hasta el carnal de “Aliviánese, viene lo mejor”. El único que nada más me dio abrazo y apapacho fue el Beto, mientras me decía: “Su regalo se lo doy al rato compa”, y yo “¡Ah chingá! No me preocupe compadrito”. “No, no chingues, ya verás”, me dijo, y me quedé con la duda de que sería, pues se veía muy serio. Ya contento, por primera vez en un cumpleaños desde que tenía memoria, me dieron la noticia que hizo redondo el día: a la mamá del Flaco le tocaba guardia en el plantón que tenían los maestros en el Parque Central, donde estaban desde hacía un mes exigiendo que se esclareciera el asesinato del líder del Comité Central de Lucha de la Coordinadora. Sin muchas esperanzas pues hasta nosotros sabíamos (con Juanito lo habíamos aprendido) que el asesino despachaba en el Palacio al pie del cual estaban. El punto era que gracias a la CNTE la casa era nuestra, y me dieron alborozados la noticia de que dos cartones de caguamas nos esperaban. Hacia allá nos fuimos, empezando a preocuparnos sobre la marcha, al ver la cantidad de gente que nos acompañaba. Los ocho o diez de siempre se habían triplicado. Apretujados en los 50 metros cuadrados de casa del fovissste, empezamos a bebernos las caguamas. Afortunadamente era inicio de semana y la banda llevaba lana y los dos cartones se hicieron cuatro, y alguien sacó un pomo de añejito, y visita a La Tía de por medio, algunas calculadoras se transmutaron en vino. En medio de la bacanal el hermano del Flaco puso una película, que había traído de su última visita a Tepito, que cambió mi forma de ver el cine. Era “Perros de reserva” de Tarantino, mandé a callar a todo mundo desde la impunidad que te brinda ser el festejado y me sumergí en el dialogo inicial. Cuando empezó la rolita que después supe que era de George Baker, la de “Little Green Bag” fue la apoteosis, poca madre la conjunción de la rola setentera con los trajeados que avanzan por la calle, disponiéndose al asalto donde se desmadra todo. Definitivamente, cambió mi forma de ver el cine. Cuando avanzó la tarde  y quedábamos los amigos de siempre (sin las amigas) el Beto sacó una cajita de cerillos y me dijo: “Acá está su regalo”, al tiempo que ponía la rola de Caifanes esa que dice, “Vamos a dar una vuelta al cielo, para ver lo que es eterno”. Hasta la fecha la oigo y me acuerdo del asunto, y se me viene a la cabeza el Maya con su “Checa el requinto” de toda la vida. Abrí los cerillos intrigado, y aunque no la había visto nunca, identifiqué de volada la mariguana, la yerba. Con una maestría hasta entonces desconocida para el resto, el buen Beto armó un joint y le pusimos todos. Nos agarró la simpática tremenda, y nos tiramos de la risa como babosos por un buen rato, hasta que a mi carnal, que se nos había unido hacía un rato, le dio la pálida y se puso frío frío y a sudar como un puerco. Se nos bajó la peda del susto, y me empezó a dar un ataque de angustia, pues ya era entrada la noche y el tiempo seguía transcurriendo lento lento, como los cuadros de las pelis que veíamos en el cine del pueblo cuando niños, que de repente se atoraban y pasaban uno a uno descomponiendo la secuencia. Con la experiencia que le correspondía como iniciador del asunto, el Beto se aplicó, me calmó y sacó a mi hermano del abismo sideral en el que estaba.

Estuvo chido el cumpleaños y marcó el inicio de un diciembre inolvidable. Y por inolvidable no quiero decir precisamente bueno.
Ese fue el año del divorcio de mis padres. Mi papá se casó de volada y tuvo cuatro hijos más, y hasta la fecha dice que se quedó corto, que en lugar de siete hubiera querido setenta, como se le calculan al suyo. Un montón de veces mientras caminábamos en Tuxtla, se detenía a saludar a alguien, y me decía muy serio “Saluda a tu tío fulanito” y yo “Buenas tardes tío fulanito, zutano, merengano”. Nunca pude llevar la cuenta, ya no digamos recordar los nombres.

  En su boda fue la única vez que nos dijo, “Pueden fumar si quieren”. Hasta la fecha considera una falta de respeto si fumamos delante de él.

Mi jefa la pasó mal al principio, y después se alivianó. Ese año se fue a casa de los abuelos a Villahermosa desde  el dos de diciembre, día en que me pidió disculpas por el olvido del día previo. Se llevó a Edipson Ricardo y nos dejó a mi carnal y a mi, que estábamos por comenzar los exámenes de fin de semestre, yo en la prepa, mi carnal en la uni. Junto con un cúmulo de recomendaciones nos dejó un menú por escrito, con recetas, ingredientes y dinero suficiente para comprarlos, con la preocupación de que comiéramos bien. En cuanto regresamos al pueblo, después de dejarla en Tuxtla en la Colón, compramos media caja de huevos para todo el mes, y dos paquetes de cigarros para empezar. Entre que yo terminaba la prepa y mi carnal estaba en medio de una crisis existencial porque no le gustaba la carrera de sistemas que había escogido, los días que venían se presentaban raros. Como que las cosas no encajaban, como que el mundo no se nos terminaba de acomodar. La borrachera de mi cumpleaños fue la única alegre de esa temporada. Antes de una semana terminamos los compromisos escolares y nos quedamos dueños y señores de la casa, con todos lo amigos y cuates de vacaciones y con ganas de convertirla en el centro de una borrachera permanente. Corrieron al Maya de casa de sus tíos, y nos quedamos los tres de anfitriones. Empezó un desfile interminable, noche tras noche llegaba un chingo de gente con cerveza, Añejo, Presidente y Bacardí al por mayor. Perdí la cuenta, no supe cuantos ni quienes estaban. Se sucedían las rolas de Caifanes, La Maldita, La Lupita, Real de Catorce, Guns, Skid Row, Motley Crue y Metallica. Nos poníamos fresas y escuchábamos a Tesla con sus baladitas acústicas, o peor, a Bon Jovi con su pseudo rock pesado. He de confesar que escuchamos varias veces a Alejandro Sanz fantaseando con ser adolescentes que andaban con mujeres mayores, y si, es probable que hayamos puesto en alguna noche de desamor de algún invitado a Luis Miguel. De seguro recuerdo que salimos hasta la madre de borrachos siguiendo a un perfecto desconocido, escuchando en la grabadora con pilas que salieron de no sé donde a Los Temerarios “He pasado mucho tiempo ya sin ti, pero más no puedo…” cantamos  a coro frente una casa que no puedo recordar donde estaba, de lo que si me acuerdo es que el compa de la serenata, como no salió la aludida se robó el foquito que estaba sobre la puerta, el que desparramaba un circulito de luz amarillenta sobre la banqueta. Le dije: Que haces, no mames, y desde la profunda lucidez de su peda me contestó: Lo necesito, sin ella vivo en la oscuridad.

 La desazón crecía conforme pasaban los días. Extrañaba la época en que la onda eran Kalimán, Kendor, los vaqueros buenos. Extrañaba los días en que las cosas eran como nuestra tele, blanco y negro, blanco o negro. Sin la maldita confusión de ahora. Si la policía mataba y los matones protegían ¿Qué pedo con la vida? Intuíamos a medias que algo no estaba entero. Nos hacía falta algo cierto. Un día. Otro. Cerveza, alcohol. Mariguana y coca. Nada pasaba, pero se sentía venir. La maldita confusión interna ¿Letras, sociología o sistemas? ¿Lo que me gusta o lo que me permita comer? Letras para comérmelas, sistemas para triunfar. Sociología como un cobarde término medio. Sistemas como carrera del futuro, que como presente estaba resultando de la chingada para mi hermano. Otra mañana crudo. Otro desayuno de huevo a güevo. La casa se estaba desmoronando y desmadrando, y nadie que agarrara una escoba, ya no digamos un trapeador y pusiera algo de orden en nuestras vidas, que se descomponían como la casa toda. Ese fue el año de la sequía fenomenal y se acabó el agua de la cisterna, y el dinero que nos dejó la mamá hacía mucho se había acabado. O sea que al desmadre general había que sumar la ausencia de agua. Los trastes sucios acumulándose. La poca agua que quedaba destinada a la taza del baño. “Prohibido orinar aquí, hay un chingo de patio”. Recuerdo que un sábado por fin acarreamos agua de la casa vecina y nos dimos los tres a la tarea de limpiar el desmadre. Desahuciados como estábamos le entramos a la tarea sin hablar. Para no estar a solas con nuestro silencio prendimos la tele de fondo. Me acuerdo que estaba pasando un programa australiano tonto a más no poder “just for the records” se llamaba o algo así. Cuando empezaron a pasar al imbécil  que tenía el record mundial en lanzamiento de caca de vaca la apagamos. Verídico. A nuestro mundo se le estaba llevando la chingada y el muy pendejo explicaba muy orondo como había que escoger una plasta aerodinámica para asegurar el éxito del lanzamiento. No la volvimos a prender en esos días. Ni para ver Los Simpson.  Se acercaba navidad. Se afianzaba en mi hermano y en mí la idea de que por primera vez en la vida no la pasaríamos en casa de los abuelos. La onda era ahí. Emborracharse ahí. Ponerse hasta la madre de mota ahí. Atiborrarse la nariz de coca. Entristecerse, encabronarse con los policías que nos habían madreado, con los que mataron al Juanito ahí, en esa casa, en ese pueblo, tratando de encontrar el rumbo, que se había perdido entre la tele, la música, las películas, las novelas, la vida.
Acercándose el 24 las cosas empeoraron. Llegó  un compa medio conocido, el Caripumpo le decían, que se dedicaba a organizar fiestas en el local de la ganadera, al que le habían quedado como 30 cartones de medias de una posada fallida. Estaba hasta el cuello de deudas con la Superior, que le daba todo el producto a consignación. Se instaló en la casa y entonces nos emborrachábamos en la noche con Fandango, un ron inmundo de 12 pesos el litro, nadie tenía ya para añejito, y en el día le pegábamos a las medias. Medio parábamos para prepararnos unos huevos. Dormíamos y seguíamos, sin alcanzar a salir de la borrachera, nunca. Grabé un cassete que repetía hasta la náusea la rola de “Perros de Reserva”. Cerveza tras cerveza (des)entonábamos
Lookin´ for some happiness
but theres is only loneliness to fiiiiiiiiiind
turn to the leeeeeeeft,
 turn to the riiiiiiiight…
Con la redonda certeza que la rola reflejaba nuestra cruda, nuestra peda, nuestros días. Un día, acercándonos al 31 de ese diciembre que recordaré siempre, entré al cuarto de mi mamá buscando no me acuerdo qué. Hasta ese momento era la única parte la casa que seguía en pie, lo único que respetábamos. Me vi en el espejo de cuerpo entero. Flaco. Barbón. Sucio. En una palabra, jodido. Me cayó el veinte de que había que recoger los pedazos de mi tierna vida y echar a andar de nuevo, que nunca jamás en lo que me restara de vida, iba a dejar que la policía me madreara, que Juanito seguiría siempre ahí, que segurito me iba a clavar de nuevo con alguna mujer, que sociología como proyecto de vida no estaba mal, que podía comer y escribir sobre Kalimán, sobre Félix el Gato, el Único Único Gato, sobre los años maravillosos, sobre la música que me gustaba, que seguramente Tarantino haría más películas, que quedaba mucho que leer, que ver, que sentir. Que algo se estaba moviendo. Que las cosas no podían seguir así.  No así.

En ese momento no lo sabía pero estaba a punto de conocer a Tamara y comenzar a hacer la revolución. 

Era diciembre de 1993.


Continúa por acá...