lunes, 9 de diciembre de 2013

Mientras espera

Ha sido un largo día de vueltas y espera  en el aeropuerto. Se supone que salía a las seis de la mañana, para estar, vía salto de diferencia horaria de por medio, a las seis cuarenta en Hermosillo, a más de dos mil kilómetros y después de dos horas cuarenta de vuelo. Pero no. Son las diez de la noche, y recién apenas parece que va a salir. Más fastidiado que cansado, después del apagón y los retrasos que le siguieron, el tipo por fin tiene un pase de abordar; una hora de salida, las once y media; y una puerta  de embarque, setenta y uno de la terminal dos.

Hacia allá se dirige. Se da cuenta que su natural talante antisocial tomó la inconciente decisión de sentarlo justo en medio de la fila, con tres o cuatro asientos libres a cada lado. Con parsimonia deja en la silla de al lado la bolsa de libros, a sus pies la mochila de la compu, y saca con calma y desgana el ipod, dudando si buscar algún álbum o artista en particular, poner alguna lista, o escoger nomás las rolas en orden alfabético y dejar correr la música, en espera de que algo lo sorprenda.

En esas está, cuando percibe la presencia de alguien que se ha acercado pareciera con sigilo hacia la silla en donde está todavía la bolsa de libros. Voltea apenas hacia la derecha y hacia arriba y percibe a una rubia treintañera enfundada en dos o tres capas de pana y de gamuza, como para el doble del frío que realmente hace. Con un suspiro resignado pasa la bolsa de libros de la izquierda a la derecha y decide no ceder a la tentación y voltear a ver a la mujer que toma asiento, para evitar el inicio de alguna conversación, que insulsa o no, no tiene ganas de sostener.

Cuando el aire que ha desplazado suavemente con su cuerpo la mujer llega hasta él, siente que casi se marea. Huele a madera y tabaco, con un toque de cereza, esparcido como barniz sobre piel fresca tostada por el sol. Delicioso. Excitante. Fascinante. Embriagador, piensa y entiende un poco la pertinencia del lugar común. Mientras finge interesarse en la música  del ipod, inspira lentamente paladeando con placer cada capa de aire que pasa por su nariz. En cada respiro trata de memorizar una de sus vetas. En esas está cuando no puede aguantar más y voltea y le pregunta la rubia ¿a que hueles? A mi, contesta ella, y con naturalidad extiende la mano hacia él mientras sonríe y pregunta ¿Querés probar? El tipo mira la muñeca que se le ofrece, y duda entre darle un beso o una mordida. La imagen que le resulta de la mezcla de ese olor que casi lo atonta por cercano, con el sabor que recuerda de la sangre le provoca que se le haga agua la boca.


Sin poder evitarlo se acerca con la boca abierta, para retomar un poco de conciencia en el último momento y terminar en un punto medio que se concreta en una lamida profunda y parsimoniosa. El olor-sabor se le pega a la lengua y paladar, se le enreda en la garganta, y lo hace sentir estúpidamente enamorado. En ese momento resuena en la sala el anuncio de la última llamada del vuelo fulanito con destino a Bueno Aires, en especial para Marina Gambazza, pues se está removiendo su equipaje por procedimiento de seguridad. La rubia se levanta y se enfila hacia la puerta 69 de donde sale el vuelo fulanito con destino a Bueno Aires, y cuando está a punto de perderse para siempre, voltea para decirle al tipo, bueno, ya sabés mi nombre, espero que podás encontrarme. Cuando desaparece por la puerta de embarque, el tipo despierta un poco y abre su computadora, para iniciar el feisbuk y la búsqueda.

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