martes, 2 de agosto de 2022

Un cuento


Kalimán y Solín contra los monstruos


Comentaba en otro espacio que el sol de Berriozábal de los domingos era distinto. Como que se detenía en el cielo, en el punto más alto, con una luz más nítida que la cotidiana, suspendida de las notas de la marimba que invariablemente se oía a lo lejos, con el “Celebremos con gusto señores, este día de placer tan dichoso” que igual podía ser de una fiesta que de un funeral, con los deudos cumpliendo contra su voluntad con el último, irónico, deseo del difunto. Herederos de la tradición anticlerical de los valles centrales, nosotros nomás no íbamos a misa los domingos, de hecho no íbamos a ningún lado, era un día verdaderamente de no hacer nada. Y entonces no me quedaba más remedio que tirarme sobre la cama y dejar que pasara el tiempo, con el sol que quemaba y no, y la música que estaba y no, y la tristeza inexplicable que llegaba y se quedaba todo el maldito día. Para acabarla de chingar los domingos no pasaba Kalimán en la radio, los primos nos salían y las revistas que teníamos desde el lunes pasado ya les habíamos dado un chingo de vueltas y nos había nada más que hacer con ellas. O sea que los domingos no me gustaban nadita.


El sol de todos los días era bien distinto, más vivo, se movía contigo a donde fueras, de la casa a la escuela con las diez cuadras corridas para no llegar tarde, pues si llegabas un minuto después de las 8 el Boanerges se divertía dejándote fuera mientras se hacía la formación de todos lo grupos, y luego nos dejaba entrar en filita, para darle una vuelta corriendo a la plaza cívica, pasando frente a él, que vara en mano iba dándole un fustazo a cada uno. No conozco los nardos, pero cada que escuchaba “Varita de nardo” en la consola de la casa, en el disco de la Rondalla Tapatía que mi papá ponía mil veces, pensaba en la vara del director de la primaria, pendiente de nosotros, que llegábamos tarde casi siempre. Nos acompañaba pues el sol en la escuela, corriendo con nosotros en el recreo, haciéndonos sudar muchísimo, para asco de la maestra Tere, que nos decía frunciendo la nariz, Deberían de Quedarse Tranquilos en el Recreo, Después es una Peste que no se Aguanta, y nos ponía cualquier cosa de planas o copiar lecturas del libro, y se iba a la dirección a platicar. O sea que el sol de todos lo días era nuestro aliado, nos seguía pues llenándonos de energía. Salvo cuando se ponía de parte del Boanerges y los maestros, cuando decían que Les habías Faltado al Respeto, sin que pudiéramos distinguir la más de las veces en que consistía eso. Entonces había de dos, o te hincaban sobre corcholatas mientras te calcinaba el sol después del recreo, o te hincaban con los brazos levantados cargando unos ladrillos, también dejando que el sol, el dolor y el cansancio te llevaran al borde del desmayo. Es que son muy Salvajes, decía el Boanerges, Solo Así Entienden.


Pero si no pasaba eso, el sol estaba esperando a que sonara la campana casi a la una, y entonces era salir corriendo, mis primos, mi hermano y yo a casa de la abuela, para llegar apenas con Kalimán empezando, cuando el narrador decía Y como Kalimán el Propio Kalimán, para recitar luego lo que era nuestro credo Caballero con los hombres, Galante con la mujeres, Tierno con los niños (aquí mi corazón latía acelerado) Implacable con los malvados, Así es… Kalimán, el Hombre Increíble. Y venga entonces a viajar por tierras lejanas, acompañando a nuestro héroe en su lucha contra los vampiros encabezados por el conde Bartok, que se sentaba frente al piano y tocaba Kalimán, contra el conde Bartok, Tararán, Tararara Tarán. Sentías como se te ponía la piel chinita y casi casi era como si fueras Solín, desesperado ante la magnitud de las catástrofes probables, mientras el hombre increíble te decía Serenidad y Paciencia mi Pequeño Solín, Mucha Paciencia. Pensaba entonces que como chingados no iba a guardar la calma el señor, con todos los poderes que tenía, hipnotizaba a sus enemigos, los dominaba con el poder de la mente, podía fingirse muerto y que no oyera su corazón ni se sintiera su respiración, tenía fuerza sobrehumana y un valor a prueba de todo. Así quien no. Pero el pobre Solín, que era el que todos agarraban de rehén, dejaban colgado sobre los cocodrilos, tiburones o peligros varios para distraer a Kalimán, pues es de suponer que luego de unos meses tuviera los nervios destrozados.
Total que a dos cuadras de la casa de mi abuela había un baldío de casi una manzana, nuestro por derecho de ocupación, y allá íbamos mi hermano Toño y yo, y nos encontrábamos al Chuy y al Carlos, hijos de mi tío Chu, nomás en cuanto se pasaba la hora de la siestecita que tomábamos después de comer. Resulta entonces que a eso de las cuatro ya estábamos listos para la batalla, y como siempre, la bronca era decidir quien era quien en el juego. El Chuy, que tenía 8 años, siempre quería ser el Kalimán y nos echaba unas miradas de tormenta para que lo dejáramos, y si el Carlos se ponía de su lado, pues ni modos, ellos eran los buenos y nosotros a chingarse pues ¿Dónde se ha visto que el conde Bartok le gane a Kaliman? Para acabarla de joder, yo como tenía 6 años y era el más chico, ni a conde Bartok llegaba, nomás a vampirito chalán que invariablemente era el primero en morir. Pero si el Chuy no se aferraba en ser Kalimán, si estaba de buenas, había chance de que se echarán un disparejo entre Carlos, mi carnal y él, y el que ganara podía elegir, es decir, podía ser Kalimán. Y si ese era mi carnal pues entonces yo ascendía en un salto cualitativo de vampiro chafa a Solín, el de los nervios destrozados que enfrentaba todos los peligros. En esa posición, por lo menos podía aspirar a no morir primero, aunque entonces moría invariablemente en segundo lugar. Por supuesto el Chuy era el último en morir, salvo las raras ocasiones en que mi carnal y el Carlos se ponían de acuerdo y entonces cuando el Chuy decía Ya te Maté, desde la plena subjetividad de jugar con armas invisibles, los otros le decían No, No es Cierto, No me diste, o No me Cayó el Árbol Encima, que eran los métodos más frecuentemente utilizados para matar al enemigo.


Después a la casa, y antes de dormir me ponía a pensar en como sería la vida del Solín verdadero, el que andaba con Kalimán, con la esperanza de ser un día el Solín en turno, como ahora lo era Luis de Alba. Siempre me intrigaba como era eso de que Solín tenía otro nombre, y me emocionaba la posibilidad de crecer y ser como el reportero que andaba con Kalimán para arriba y para abajo, grabando todo, y metiéndole un poco de su propia cosecha. Me imaginaba que el reportero mandaba los cassetes grabados a la radio, y me preocupaba la posibilidad de que los malos se conjuraran y secuestraran el envío, dejándonos a los miles de radioescuchas sin saber que pasaba.


Un día, llegó mi papá a la casa de vuelta de un viaje de Chetumal, con un par de cosas que cambiarían nuestras vidas. La una era un radiecito anaranjado, chiquito a más no poder, que funcionaba tan bien como la mega consola que ocupaba media sala. Lo primero que pensé fue Se Acabaron las Corridas de Regreso, me Llevo el Radiecito a la Escuela y nos Detenemos en el Parque, Oímos Kalimán y Luego Llegamos a Nuestras Casas. Estaba en esas cuando oí que mi papá me decía Y Tú Joaquín ¿Entendiste? El Que, le dije. Que Dije que si Sacan el Radio de mi Cuarto les Pongo una Fajeada, dijo mi papá, y tomando nota de que los planes se complicaban, Entendido, contesté. La otra cosa, esa si más sorprendente, era una tele de 12 pulgadas, blanco y negro, como todas las que había visto hasta entonces. En el pueblo era fácil ubicar las tres casas donde había tele, todas alrededor del parque, las casas de la gente de dinero, los que controlaban el comercio y se rolaban la presidencia municipal. Las ubicabas fácil decía, por el grupo de niños hipnotizados que se amontonaban en la puerta viendo las figuritas que pasaban en la pantalla, dejando que las tortillas se enfriaran en el morral, alelados por la magia de la pantalla, al grado de ignorar el riesgo de golpiza paterna que el retardo acarreaba. Y hasta allá veías que llegaban las mamás encabronadísimas gritando Hijo de la Gran Chingada, Te dije que no te Fueras a Quedar Idiotizado, al tiempo que volvían a la vida a sus retoños con un jalón de pelos. Eso hacía reaccionar a dos o tres que se reconectaban con la realidad y salían hechos la raya para sus casas, hasta la próxima mamá que se aparecía. Alguna vez me había yo detenido en una de las mentadas casas con tele, pero nunca le había encontrado el chiste, siempre me tocaba ver a unos señores muy serios hablando de cosas que no entendía, prefería sin lugar a dudas la realidad de la radio, con sus grabaciones de Kalimán tomadas desde el mismísimo lugar de los hechos, y como Kalimán, al propio Kalimán. La perspectiva cambió ligeramente cuando tuvimos la telecita en casa, pues se enriqueció nuestra visión de la vida. Además, como parte de la competencia soterrada y cotidiana entre mi papá y mi tío Chu, aquel vendió una vaca y compro a su vez una tele, lo que nos permitió mantener los puntos de contacto con los primos. Comprendimos entonces como estaba la onda de los canales, había dos, el TRM, que le decíamos Tambito Rellenado de Mierda, por la programación que no nos gustaba en absoluto, y el canal 13 que aportó dos cosas a nuestra vida, La Abeja Maya y Félix El Gato, el Único Único Gato, reduciendo y retrasando nuestras estancias en el baldío. La televisión le puso además, un reloj a nuestras vidas. Antes de su llegada te levantabas, ibas a la escuela, corrías recibiendo los varazos por haber llegado tarde, las clases, el recreo, las clases de nuevo, la salida, Kalimán en la radio, comida, siesta, y juegos en el baldío hasta el anochecer. Ahora entendimos que había horas para todo, nos levantábamos a las siete, llegábamos tarde a la escuela a las 8 cinco, salíamos antecito de la una, a la una empezaba Kalimán, comíamos como a las dos, nos dormíamos y nos despertábamos a las 4 que empezaba la Abeja Maya, hasta las 4 y media que seguía Félix el Gato, el Único Único Gato. Serían como las 5 y cachito cuando salíamos a jugar, hasta la noche, que podía ser a las 6 o las 7, según la temporada del año.


Y como abandonamos la plaza, está fue tomada. Un día como cualquiera llegamos al baldío y estaba ocupado, por los 5 hermanos que eran los hijos del peluquero, los pelones Gutiérrez, les decíamos despectivamente, las escasas ocasiones en que nuestros caminos se cruzaban, cuando un balón de acá para allá o viceversa nos obligaba a dirigirnos la palabra. El mayor de los pelones tendría como 8 años, y de ahí en marimbita descendente con un año de diferencia, de 7, 6, 5 y el pequeño de 4. La toma del baldío por los pelones tuvo un efecto unificador inmediato, se acabaron las discusiones entre mi carnal y los primos sobre quién era Kalimán. Yo, como les dije, estaba fuera de toda discusión al respecto. Quedó claro que Kalimán era el Chuy, el mayor y más vivido, el que iba en tercero, y que todos lo demás éramos los Solines, ayudantes y aprendices de la primesca sabiduría. Al terminar Félix el Gato, el Único Único Gato, tuvimos un consejo de guerra donde planeamos la recuperación del baldío, un consejo donde por primera vez yo tenía voz, aunque yo hablaba y los demás volteaban a ver al Chuy para ver si me miraban con cara de Que Pendejo Eres, o con cara de Hasta que Dices Algo Bueno. Decidimos en Consejo, por idea mía recurrir a los olotes desechados por mi tía Gervasia, la solterona que vivía con la abuela, que se sostenía de vender elotes frente a su casa. Vendía elotes enteros y también esquites, y de la venta de estos últimos resultaba una buena provisión de olotes pesados, que juntamos como parque para la primera batalla. Los pelones, cuyo peluquero padre venía de un pasado reciente como campesino jornalero, tenían tiradores, con una buena y resistente horqueta, con hule de cámaras de llantas desechadas, y como pudimos comprobar literalmente en carne propia, con una puntería de la chingada, por lo menos para nosotros. Así que apenas estuvimos a tiro en los lindes del baldío, y nos empezaron a llover piedras de todos tamaños, y emprendimos cobardemente la huída. Con un rasgo de valor nacido del orgullo mancillado el Chuy se volteó y le dijo Con que con Piedras eh Cabrones Pelones, Mañana Verán. Mi corazón, ya de por si agitado, latió más rápido cuando oí aquel viril reto, mañana sería el día decisivo. Al día siguiente coincidimos todos en casa de la abuela, en torno a la consola, desechamos el radiecito anaranjado de los últimas semanas, en una vuelta a los orígenes en la que esperábamos encontrar la inspiración para la batalla que se avecinaba. Como hacía mucho tiempo, escuchamos el capítulo de Kalimán con particular concentración, sin hablar casi, intercambiando miradas de entendimiento cuando Kalimán se echaba una de sus frases que entendíamos iban dedicadas a nosotros en el duro trance que nos esperaba. Cuando dijo Siempre hay un camino cuando se usan los ojos de la inteligencia, volteamos al unísono a ver al Chuy, y el asintió con gravedad. Todo estaba listo. Fuimos cada quien a su casa a comer, con la promesa de vernos nomás al despertarnos de la siesta, sin parar mientes en abejas ni gatos. Hoy era el todo por el todo, ya habría tiempo para la tele al día siguiente. A las 4 nos vimos en la casa de mi tío Chu. El Chuy nos llamó a un aparte y nos dijo Tengo Todo Listo, si Quieren con Piedras con Piedras Será. Enseguida sacó una cucharita de plástico, de esas desechables de las fiestas, y nos comentó que se le había ocurrido a él solito, usar las cucharitas como catapultas, para aventar unas piedritas así, minúsculas. Uta, que Vivo este Cabrón, pensamos todos reflejando en nuestro rostro el asombro ante la idea genial que nos era explicada. Hasta el momento mi duda era como nosotros, hijos de comerciantes con ínfulas de ganaderos, le haríamos para impulsar las piedras y no quedar en desventaja. El dilema estaba resuelto, así que enfilamos hacia el baldío, cada quién con dos cucharitas, una de repuesto, y un montón de piedritas. La situación no podía ser mejor, el terreno se veía desierto, creímos que habíamos llegado primero y que la defensa sería más fácil que la toma. Apenas estábamos sentando debajo del palo de mango, cuando nos empezaron a llover piedrotas, así, mayúsculas. Los pelones habían llegado primero y nos esperaban arriba del árbol, desde donde nos masacraban. Decidido a vender caro el pellejo, preparé una cucharita con su piedra, y cuando estaba a punto de aventarla tuve una sensación extraña. Me había quedado sólo, los demás llegaban casi a la esquina. Me armé de serenidad y traté de disparar, y la cucharita inútil salió volando junto con parte del pellejo de mi pulgar, que se fue con una piedra de respetable tamaño que me tiraron del árbol. Corrí entonces, con lágrimas en los ojos, un poco por el dolor, otro poco por la convicción de que mi kalimanesco primo era un pendejo, y más pendejos habíamos sido nosotros por haber pensado en que las jodidas cucharas servían para nalgo, y un mucho porque me habían abandonado sobre el terreno. Kalimán nunca habría hecho eso.
Llegué a mi casa, mi mamá me curó con azul en espray, del que usaban para los perros y que ardía muchísimo, me imagino que para que escarmentara. No paró de repetirme mientras la tortura se llevaba a cabo que me lo merecía, si en la tele había caricaturas y comedias, que para que fregados quería andar en la calle. Me quedé pues en el regazo materno, viendo una película. En un cierto punto de la película uno de los protagonistas trataba de ganarse un premio que estaba en lo alto de un palo ensebado, y la gente coreaba Sube Pelayo Sube, Sube Pelayo Sube, junto con un güero deslavado disfrazado de gachupín. Entonces, como si no estuviera dándome la puntilla, mi madre me dijo Ese Pelayo es el que Hace la Voz de Kalimán. Noo, le Dije, Como Kalimán Sale el Propio Kalimán. Demoledora, mi santa madre confirmó Ay Hijo, Como Serás Pendejo, Kalimán no Existe, son unos Actores que Leen las Historias Frente a un Micrófono.

Desde ese día, mi rutina cambió un poco, después de la siesta veía la Abeja Maya, después Félix El Gato, y después las comedias, como le decía mi mamá a sus telenovelas.


Ah, nunca volví a escuchar Kalimán, ni en el radiecito ni en la consola de la casa de la abuela.

2 comentarios:

Lénon Guerrero dijo...

ta chido, jeje,
y bastante có(s)mico.



benvenuti joakín.

Unknown dijo...

Muy buena reseña o "recuento de los años" de aquellas largas tardes sin la "caja estupida" en que tan solo nos preocupábamos por ser el héroe del momento y derrotar los enemigos mas cabrones..o ya de a perdida a los vecinos de la otra calle!! Saludos !!MiR!!