martes, 2 de agosto de 2022

Sin maíz no hay país

Desde inicios del 2007 esta consigna ha resonado en las calles de las ciudades de México, gritada desde el campo. No es para menos, pues empezamos ese año con las noticias del incremento al precio de la tortilla hasta en un 60%, que quedó al final, pesos más, pesos menos, en un incremento del 40%. En los inicios de este año volvió a escucharse, siendo ahora el motivo la apertura plena del capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), es decir, desde el el 1° de enero pasado, el maíz que viene en grandes cantidades de Estados Unidos no paga ningún arancel para ingresar a nuestro país. La bronca es que esto sucede cuando se ha dejado de producir este básico en grandes extensiones de nuestro suelo, bajo el argumento de que es más barato comprarlo en el extranjero que producirlo, lo cuál como teoría está bien, pero choca con la realidad del poder cuando resulta que para los productores gringos es mejor transformarlo en biocombustible que venderlo a México, teniendo como impacto final un incremento en los precios al consumidor. Recordemos además que nuestros productores no cuentan más con precios de garantía, desde que desapareció la Conasupo en 1999. "Dejemos que el Mercado regule los precios", dijeron los gobiernos neoliberales, y es exactamente lo que está pasando. Dentro de esa misma lógica se inscribe el que no haya más apoyos para la productividad, considerados estos como una falsa alteración del mercado, aunque se haya contado durante una década con el Procampo, subsidio directo en función de la extensión de tierra supuestamente cultivable, pero erogado sin ninguna relación con la productividad, con el evidente fin de servir de paliativo para las familias campesinas que ven desaparecer la posibilidad de vivir de lo que producen. Sin maíz no hay país, es más que una consigna. Es una de las contradicciones que caracterizó la vida de mi familia, clase media neta de entorno semi urbano, con una vinculación constante pero parcial con el campo. Es decir, vivíamos del trabajo de mi papá que no tenía nada que ver con el campo, pero siempre estaba el rancho ahí, y siempre nos tocaba participar en las faenas agropecuarias. En un principio fue la tortilla. Comenta mi mamá que cuando recién llegó a Chiapas le parecía que se la pasaban comiendo, recién levantados a las seis, el desayuno, café con pan, elaborado este en hornos de barro en forma de iglú, rosquillas, semitas, marquesote, banderillas y otras delicias. A eso de las 9 o 10, el almuerzo, huevos, frijoles, crema deliciosa y queso, con tortillas hechas a mano. Alrededor de las 2 la comida en forma, una sopa y un guisado, o las dos cosas en uno con un caldo de pollo con verduras y sopa de pasta o arroz, todo incluido en el mismo plato. A media tarde café con pan nuevamente, y en la noche la cena, café con leche y tortillas recalentadas con manteca o queso. En mi casa no se llevaba esto al pie de la letra, en la contradicción antes señalada, pues mi papá salía muy temprano, hora en que almorzaba, y regresaba de Tuxtla para comer, volver a irse y regresar tarde en la noche a la cena. En la casa de mi abuela si se llevaba más o menos el asunto de las 5 comidas cotidianas, y fue ahí donde tuve mis primeros contactos memorables con el maíz. Se me olvidaba, a mediodía, que para nosotros, los niños que volvíamos de la escuela era a la una, la hora de escuchar a Kalimán, nos echabamos un pozol, bebida elaborada con masa de maíz, y que puede ser blanco, la pura masa resultado del proceso de nixtamalización y molido, o pozol de cacao, la masa molida con unos granos de cacao tostados. El pozol blanco se tomaba sin azúcar y con un puñado de sal en una mano, le dabas un trago al pozol y tomabas un poco de sal. Nunca me gustó. Me fascinaba y extraño, el pozol de cacao, sencillamente delicioso. A medida que te lo ibas tomando iba quedando en el fondo del vaso un asiento que se llama musú, y tienes que menear al vaso con una cadencia particular para evitar que se te quede en el fondo. Por ahí existe un chiste local, del joven que sale a estudiar a México, la metrópoli inalcanzable, que era en aquel entonces como decir que te ibas a estudiar al otro lado del mundo, y regresa después de varios años pretendiendo haber olvidado los nombres de las cosas cotidianas. Le ofrecen pozol, y dice, meneando el vaso "¿Que fregados es esto?" A lo que contestan los familiares que lo han esperado todos esos años y que están molestos con su actitud de citadino, "Iday, No Sabés que es pero bien que lo estás meneando". Alguna vez, ya estudiante de sociales o recién graduado, me tocó tomar el pozol al estilo tzeltal, en la selva lacandona, donde es el único alimento por la mañana, que permite aguantar la jornada hasta que se regresa a la casa al caer la tarde. Ahí se toma blanco y agrio, literalmente se le deja uno o dos días que se agrié un poco, y luego se bate la masa en el agua para preparar la bebida y se bebe. Nunca he sabido si esto ofrece alguna ventaja nutritiva, pero lo que si sé es que no me gustaba, y que me lo tomé infinidad de veces, consciente del honor que se me hacía al compartir conmigo el pozol de una misma jícara. Otra bebida de maíz que está muy buena es el tascalate. Para esta el maíz no se cuece, se tuesta y se muele junto con achiote, lo que le da el color rojo que lo caracteriza. Menos cotidiano que el pozol, el tascalate lo asocio con las idas a Tuxtla a los Jugos California de la avenida central, donde con leche o con agua, te aliviaban del calor de la capital. El pinol por último, es el maíz tostado y molido, y se puede tomar como el tascalate. Es un polvo seco seco, y si prefieres comerlo, asegurate de tener suficiente saliva, y por favor, no se te ocurra chiflar en el proceso. Mi tía, la única de las dos hijas de mi abuela que vivía con ella, se levantaba a las cuatro de la mañana a hacer el nixtamal, en el fogón, quedaba preparado a eso de las seis, se pasaba por la pichancha, que es una olla de barro llena de hoyos, para colarlo. Otro chiste local resulta de cuando estás tomando, y te empieza a hacer efecto, "Ya estás bolo", te dicen, y la mejor salida para no comprometer tu hombría es contestar, "´Caso estoy tomando en pichancha pues". El maíz nixtamalizado se llevaba al molino, que quedaba ahí nomás al lado. Joaquín se llamaba el molinero, y entre mi tío Joaquín, su hijo del mismo nombre, mi otro primo Joaquín que vivía con mi abuela, el molinero, su hijo y su nieto, eramos siete Joaquines en menos de doscientos metros. Dos de los sonidos que más recuerdo de mi infancia tienen que ver con el molino, el uno es de los cinceles contra las piedras de moler, cuando el molinero se levantaba a las cuatro y comenzaba la faena remarcando las estrías de las piedras, y el otro el del molino funcionado, mezclado con los ruidos de las conversaciones de las mujeres, que empezaban a llegar a eso de las cinco. El molino era el punto de encuentro donde las mujeres se comunicaban las noticias del día previo y tomaban energías de su convivencia para la jornada que empezaba. Siempre me admiraba como caminaban con una cubeta de esas de veinte litros sobre la cabeza, guardando un perfecto equilibrio y repartiendo el peso del maíz primero, de la masa después, a lo largo de toda la columna vertebral. Después, mi tía se dedicaba sus buenas dos horas a tortear, de sus puras manos salían las tortillas redondas, gigantes, caían al comal, se inflaban, vuelta del otro lado y ya estaba. Los días que no teníamos clase era estar ahí junto al fogón, esperando las primeras tortillas, las mejores, para comerlas con sal, deliciosas en su sencillez. Los días de clases, nosotros que comíamos tortillas de tortillería, esperábamos que llegara mi papá y nos llevará a casa de mi abuela, a la hora de la cena. Nomás de recordar como se deshacía la manteca de cerdo en las tortillas recalentadas se me hace agua la boca. La alternativa a la manteca era el queso fresco, delicioso como no he probado otro en los lugares en que he vivido, de sabor fuerte que hace sentir que los quesos del resto del país son insípidos, sin chiste. La parte que no era tan agradable, al menos para mi, tenía que ver con el proceso de cultivo del grano. Tendría yo unos siete años cuando mi papá y los tíos compraron el rancho de Berriozábal, y decidieron sembrar maíz en algunas hectáreas, con doble propósito, aprovechar el grano para nosotros y la pastura para las vacas. Por aquél entonces todavía rifaban las historietas mexicanas en sepia, y la que nos traía locos a mi hermano mayor y a mi era la que se llamaba Samurai, que contaba la historia de un inglés, Jhon Barry, que se había quedado en Japón y se había integrado a la cultura local, convirtiéndose en Samurai, enamorado de la dama Sumara, en constante pleito con un Samurai autóctono que se llamaba, si mal no recuerdo, Buntaro. Total que entre samurais y ninjas, nos la pasábamos jugando con Katanas de palo. Mi papá, consciente de la oportunidad que se le presentaba, acorde con su filosofía de la vida de que había que aprender de todo, nos compró dos machetitos rectos, parecidísimos a katanas, y dale a afilarlos con la piedra para aprender a chaporrear. Una vez que más o menos dominábamos el arte del chaporreo, con gancho incluído, un palo en forma de L que permitía juntar el macizo vegetal que ibas a cortar, procedimos a colaborar en el desmonte de las hectáreas mentadas. Se acabaron los fines de semana al sol, sin nada que hacer, y comenzaron las jornadas de trabajo fecundo en el campo. Obviamente nosotros no hacíamos todo, había trabajadores, pero esto sólo complicaba más las cosas, porque resultaba entonces que nuestra hombría estaba constantemente a prueba. Como portadores del apellido que tenemos, teníamos que trabajar al ritmo de los jornaleros del campo, sin hacer caras, y de preferencia chiflando. Que vieran que el cansancio nos hacía lo que el viento a Juárez. Después de desmontado el terreno, dedicamos un fin de semana a la quema. Me acuerdo que mi hermano el menor de los hombres, Sergio, que tendría entonces tres o cuatro años, en algún momento se quedó en medio del fuego, recuerdo a mi padre corriendo a sacarlo. No creo que haya habido mucho riesgo de una tragedia, pero algo hubo. Alguien aró la tierra, seguramente entre semana porque no recuerdo haber estado en ese proceso, y si nos tocó estar en la siembra. Con un bote de leche nido lleno de maíz amarrado a la cintura, signo de la modernidad que sustituía, según escuchamos, a los pumpos (bules en otras regiones de México) recorríamos los surcos, con la instrucción de dar un paso y soltar cuatro o cinco granos, taparlos con un pie, otro paso, y así hasta que se acabara el bote, de los grandes de a dos kilos de leche, esa era nuestra tarea. Niños al fin, se nos hizo fácil acortar la tarea tirando diez, quince granos en lugar de cuatro o cinco. Fue caer las primeras lluvias, brotar el macizo de milpas amontonadas de diez en quince y recibir una santa regañada. Nos salió barato. Después de las primeras lluvias, volvimos a las katanas, para limpiar la milpa de las hierbas silvestres que competían ferozmente con ellas. De nueva cuenta la regamos, pues no le medíamos del todo y nos llevábamos entre katanazo y katanazo uno que otro grupo de milpitas. Para evitar el regaño les hicimos sus montoncitos de tierra y las dejamos muy paradas. Nuevo error de novatos, porque antes de tres días se habían secado las muy ingratas, delatándonos en su amarillez. Total que a pesar del amontonamiento y los katanazos, la milpa creció. Recuerdo cuando hubo elotes, y nos fuimos los puros hombres, como siempre, al rancho, por primera vez en la vida, viendo a mi padre y mis tíos llevar unas ollas. Llevamos además un frasco grande de mayonesa. Llegamos, hicieron un fuego, pusieron a hervir algunos elotes y asar otros y fue un verdadero banquete. Pasaron otras semanas y llegó el tiempo de la pizca. Esa tarea si que está de la chingada. Las milpas están, claro, secas. Es decir, caminas entre ellas y quedas todo aguatado, lleno de aguate, que son los pelitos de las hojas, que te provocan una comezón insoportable, que sólo pasa cuando te bañas y te tallas a conciencia. Te acercas a la milpa y la agarras descuidada del punto en que se une la mazorca con la caña, del cogollo digamos, le das un tirón hacia abajo haciendo palanca con la mano con que la tienes agarrada, y en ese punto el que no debe estar descuidado eres tú, porque el cogollo es la casa preferida de los alacranes. A mi nunca me picó ninguno, pero si me tocó ver llorar a un hombre que se decía muy macho, cuando le tocó un alacrán güero en suerte. Juntas cuatro o cinco mazorcas tomándolas de la punta y caminas entre el milperío (aguatándote más) hacia un claro en donde se hacen montones, que envueltos en una red de ixtle son sacadas hacia el camino. Ya en casa las pelas, quitándoles el totomoste de una pieza, metiendo un pulgar por el centro, luego el otro y jalando la pura mazorca hacia afuera. Al segundo día de esta tarea se te borran las huellas digitales. La desgranada es fácil, con un olote en una mano haces presión sobre una mazorca y ves como van cayendo los granos. Es fácil y entretenido, porque lo haces sentado y platicando, cambiando nomás cada cierto tiempo de postura para no entumirte. Entre las malas experiencias recuerdo unas muy buenas. La pausa que se hacía en el trabajo a eso de las once o doce de la mañana para tomar pozol era un verdadero remanso de calma, arrullados por el canto de las cigarras, que va creciendo creciendo hasta que se hace uno sólo sostenido. Como ya les platiqué, a mi el que me gusta es el pozol de cacao, que además es menos riesgoso. Está por ejemplo el caso del Abel, unos de los jornaleros que trabajó con la familia toda la vida. Él prefería el pozol blanco, que como les dije, se toma con un puño de sal en la mano, trago de pozol, lamida a la sal. Resulta que agarró sal de un saco que estaba en la casita del rancho, se echó su trago de pozol, su lamida de sal y casi se muere, primero de la impresión y luego del envenenamiento, no era sal, era fertilizante. Con el pozol de cacao no hay riesgo, si tienen oportunidad de probarlo, no se olviden de menearlo y todo estará bien. Neta, sin maíz no hay país ¿Ya se dieron cuenta de todo lo que perdemos?

Por favor añada a la exposición de motivos

Porque quiero compartir con Adriana desde la profundidad de la palabra escrita, con la absoluta certeza de su tierna presencia, siempre, de su compañía total, del amor que siento por ella. Por el que viene, que muy probablemente será Víctor por Jara, y Manuel por Rodríguez (y si no, le añadimos más a esto) porque nacerá cuando nació la patria, porque con esperanza lo esperamos. Por Joaquín, porque entre sus canciones preferidas está "Cautivo de Til Til" (de ahí el nombre de su hermano, con la esperanza de que le haga un espacio en la familia), porque recuerdo extasiado el otro día cuando me invitó a jugar al guerrillero de la libertad, el gusto que me dio y la preocupación por su futuro: o cambiamos este mundo o tendrá que seguir jugando a eso siempre.

La labor de Javier Sicilia

Les ruego, señores, contestar a este petitorio pues a veces pienso que las fuerzas se me acaban y temo no poder seguir en esta búsqueda. Olga Cecilia Cecanti de Nugha
carta enviada a la CONADEP Informe "Nunca Más" Ernesto Sábato
Hace casi tres meses que llegué a la casa y Adriana me dió la noticia que ocuparía los titulares en los días siguientes: habían matado al hijo de Javier Sicilia, que llevaba por nombre Juan Francisco. Ahí me enteré que Sicilia era poeta. Yo lo "conocía" nada más de sus colaboraciones semanales en Proceso. A veces coincidía con sus opiniones, a veces no. Siempre coincidí con el colofón de sus escritos, ese en el que de forma reiterada ponía el dedo en las llagas del país, señalando casos representativos de lo peor del neoliberalismo y sus efectos. Por las constantes referencias que hace en sus artículos de opinión, busqué información sobre Ivan Ilich. Siempre tuve claro que estaba aliado a la única parte de la iglesia católica que se salva. Cuando pasó lo que pasó, pensé: -Ahora si se va a armar-, Javier Sicilia no es como los otros. Esa idea quedó bien expresada en el artículo de Ackerman que públicó en la La Jornada. Después de la movilización de los primeros días de abril y de la concentración en el zócalo, se reafirmaron esas ideas, pero comenzamos a matizarlas. Me fue quedando claro que el papel de Sicilia estaba más orientado hacia otras cosas, hacia la búsqueda del consuelo y de la sanación, hacia poner en primera plana las víctimas que sabíamos y sabemos que había y hay cotidianamente en la guerra de Calderón. Hacia la búsqueda de los desaparecidos, que en esos días surgían por cientos de fosas clandestinas. Se me vino a la memoria la labor de Ernesto Sábato en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en Argentina, con el Informe Nunca Más, o el papel de Juan Gelman en la búsqueda de sus familiares, al sacar la luz las atrocidades cometidas durante la implementación del Plan Cóndor, con debate público con Sanguinetti, entonces Presidente del Uruguay incluido. En esos días comentamos Adriana y yo que la única posibilidad de salir adelante como nación del horror que nos ocupa, pasaba por un ejercicio similar, de publicación de los horrores y expiación pública por parte de los responsables de la tragedia que nos deja al día de hoy 30 mil muertos y 10 mil desaparecidos. La primera parte ya se logró, con su punto máximo el día de ayer, y los monumentos y placas que se vengan: las víctimas de esta guerra estúpida comienzan a tener nombre, un nombre limpio además. Ese es un logro no menor, comparado con la idea que prevalecía hace unos meses, en los que opiniones fascistas que abogaban por ejecuciones extrajudiciales se estaban arraigando y generando consensos. La segunda parte, la que tiene que ver con la expiación pública, está muy lejos de haberse logrado. Antes bien, al contrario: pareciera que Calderón sale fortalecido, que el diálogo se inició y agotó en un día, que la esperanza de justicia está muy lejos. A lo mejor la explicación se encuentra en el hecho de que en otros países y otras épocas, el reconocimiento y la imputación de las responsabilidades pasaba por la salida de los principales responsables del poder. Seguimos esperando.

La labor de Elba Esther Gordillo

Sacaremos ese buey de la barranca sacaremos ese buey de la barranca de la barranca sacaremos ese buey Canción Popular. Escuchada miles de veces durante las movilizaciones magisteriales de 1979.
¡Vanguardia rastrera, de Chiapas se va pa´ fuera! Esta es probablemente la primera consigna que recuerdo. Esa y el parque central del pueblo tomado durante interminables tardes en las que se sucedían los oradores del sindicato magisterial gritando vivas al pueblo y mueras al gobierno y al charrismo sindical. Era el año de 1979, era Chiapas, centro del movimiento que diera origen a la Coordinadora Nacional de Trabajores de la Educación (la CNTE) que agrupa hasta la fecha a los maestros disidentes al oficialismo que ha dominado el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (el SNTE). Desde Chiapas se extendió la CNTE hacia Oaxaca, Guerrero, Michoacán, el Valle de México, Zacatecas, Tlaxcala. Después de una paulatina maduración que se hizo con las alianza con las luchas campesinas de principios de la década de los ochenta y se fogueó en las huelgas que atravesaron mis primeros años en la primaria, en 1989 generó una movilización en buena parte del país, que tuvo como colofón la salida del líder vitalicio de Vanguardia Revolucionaria, Carlos Jongitud Barrios, mentor de Elba Esther Gordillo, y su antecesor en el gobierno corporativo y mediatizador del mayor sindicato de latinoamérica. Como ya es sabido, impulsada por Carlos Salinas de Gortari, Elba Esther le entró al quite en lugar de quien la había encumbrado, marcando el sello de lo que sería su gestión: la traición, el engaño, la impunidad. En el tiempo que lleva al frente del SNTE nos hemos enterado de muchas cosas que la retratan fielmente: la manipulación legal del Sindicato para estar siempre al frente en contra de lo que marca la legislación laboral en México. Su operación política a favor de los poderosos, todavía recuerdo la conversación que publicó Reforma en su momento, en la que se ponía a las órdenes de Roberto Hernández para empujar la reforma fiscal y energética (... La laboral ¿No? -Preguntó solícita- Y Roberto Hernández le contesta, conciente de sus prioridades: -La laboral no tanto, yo te diría que los impuestos y la parte energética. -Ajá, muy bien-, cierra Elba Esther la conversación. (Anexo 20 en esta liga). La misma operación política en favor del fraude de 2006, con sus llamadas a los gobernadores del PRI, recomendándoles vender su apoyo a Felipe Calderón. Su operación desde la lotería nacional, el Issste y la subsecretaría de educación, espacios que le cedió Calderón en pago de sus servicios. La investigación de Proceso que arrojó que tiene por lo menos 64 bienes inmuebles a su nombre. En suma, Elba Esther Gordillo como retrato de la clase política actual, al servicio de los grandes empresarios y del suyo propio. Desde que Elba Esther Gordillo salió a decir que si, que negoció con Calderón en 2006 y que que tiene de malo, se desató una andanada de artículos en su contra, incluyendo a las plumas bien portadas que antes no se animaban a lastimarla ni con el pétalo de una crítica constructiva. Es obvio que la salida de la señora no fue en falso. Como se ha sabido por versiones de prensa, molesto por el apoyo que perfila hacia Enrique Peña Nieto y no hacia su delfín, Calderón le insinuó en enero pasado que se estaba acercando el tiempo de su retiro. Así que es obvio también que las declaraciones de Elba Esther fueron advertencia, recordatorio y comercial. Advertencia hacia Calderón y el grupo en el poder, para que sepan que está dispuesta a revelar lo que sea menester, para no caer sola. Recordatorio de lo que le deben, desde el 2006 y durante estos 5 años de gobierno. Y comercial para que sepan que está dispuesta a aliarse con quien sea que le garantice la impunidad a la que está tan acostumbrada. La advertencia no surtió efecto del todo porque se recrudecieron los ataques en su contra, con el mensaje explicíto de que ya llegó su hora. El recordatorio sirvió para exponer la podredumbre de Vázquez Mota, Yunes y el propio Calderón. Y el comercial fue cogido al vuelo por el dirigente del PRI, que sin rubor alguno dijo que si, que ellos se alían con la señora, que como no, con mucho gusto. Hasta poco antes de eso, todo pintaba bien para la dirigente del sindicato magisterial. Yo no sé ustedes, pero a mi no me dejaba de sorprender tamaño cinismo cada vez que salía en la tele o en la radio con el nieto (así, con minúscula) invitando a la lectura. O cada que veía su programa ese de concursos. O cada que pasaba por el elefante blanco y ostentoso que tiene acá en Mazatlán, un Centro de Convenciones de primer mundo que facturó a cuenta del Sindicato y que está exclusivamente al servicio del gobierno del estado y de la iniciativa privada, como todo lo que ella toca. Elba Esther es previsora. Conciente de lo que se venía, sustituyó el 8 de junio pasado al que había sido el Secretario General del SNTE desde el 2000, a Rafael Ochoa. Digamos que se vio en el espejo de lo que le pasó a Jongitud Barrios, y cortó cabezas que pudieran sucederla antes de la confrontación pública que ahora se está viviendo. En ese escenario, a pesar de todo lo que se ha dicho en su contra en estos días, su salida de la escena se ve díficil. Acuerpada desde ya por el PRI, cortejada de forma indirecta por Marcelo Ebrard, acreedora del ejecutivo federal, con un partido político y una federación de sindicatos a su servicio y criaturas suyas, es probable que la veamos salir de la primera línea del sindicato, pero no del poder. Otro punto central de la cuestión es que en esta ocasión, los golpes vienen de arriba, de un muy disminuido Felipe Calderón que trata de hacer como que gobierna y decide al estilo de Salinas de Gortari, pero muy lejos de la efectividad de aquel. En la medida en que no exista una movilización masiva de las bases magisteriales que aprovechen la coyuntura, Elba Esther podrá retirarse estratégicamente pero no caerá. El factor principal de todo este asunto, es que volteemos para donde volteemos, no vemos a los maestros. ¿Dónde está la CNTE?

Un cuento


Kalimán y Solín contra los monstruos


Comentaba en otro espacio que el sol de Berriozábal de los domingos era distinto. Como que se detenía en el cielo, en el punto más alto, con una luz más nítida que la cotidiana, suspendida de las notas de la marimba que invariablemente se oía a lo lejos, con el “Celebremos con gusto señores, este día de placer tan dichoso” que igual podía ser de una fiesta que de un funeral, con los deudos cumpliendo contra su voluntad con el último, irónico, deseo del difunto. Herederos de la tradición anticlerical de los valles centrales, nosotros nomás no íbamos a misa los domingos, de hecho no íbamos a ningún lado, era un día verdaderamente de no hacer nada. Y entonces no me quedaba más remedio que tirarme sobre la cama y dejar que pasara el tiempo, con el sol que quemaba y no, y la música que estaba y no, y la tristeza inexplicable que llegaba y se quedaba todo el maldito día. Para acabarla de chingar los domingos no pasaba Kalimán en la radio, los primos nos salían y las revistas que teníamos desde el lunes pasado ya les habíamos dado un chingo de vueltas y nos había nada más que hacer con ellas. O sea que los domingos no me gustaban nadita.


El sol de todos los días era bien distinto, más vivo, se movía contigo a donde fueras, de la casa a la escuela con las diez cuadras corridas para no llegar tarde, pues si llegabas un minuto después de las 8 el Boanerges se divertía dejándote fuera mientras se hacía la formación de todos lo grupos, y luego nos dejaba entrar en filita, para darle una vuelta corriendo a la plaza cívica, pasando frente a él, que vara en mano iba dándole un fustazo a cada uno. No conozco los nardos, pero cada que escuchaba “Varita de nardo” en la consola de la casa, en el disco de la Rondalla Tapatía que mi papá ponía mil veces, pensaba en la vara del director de la primaria, pendiente de nosotros, que llegábamos tarde casi siempre. Nos acompañaba pues el sol en la escuela, corriendo con nosotros en el recreo, haciéndonos sudar muchísimo, para asco de la maestra Tere, que nos decía frunciendo la nariz, Deberían de Quedarse Tranquilos en el Recreo, Después es una Peste que no se Aguanta, y nos ponía cualquier cosa de planas o copiar lecturas del libro, y se iba a la dirección a platicar. O sea que el sol de todos lo días era nuestro aliado, nos seguía pues llenándonos de energía. Salvo cuando se ponía de parte del Boanerges y los maestros, cuando decían que Les habías Faltado al Respeto, sin que pudiéramos distinguir la más de las veces en que consistía eso. Entonces había de dos, o te hincaban sobre corcholatas mientras te calcinaba el sol después del recreo, o te hincaban con los brazos levantados cargando unos ladrillos, también dejando que el sol, el dolor y el cansancio te llevaran al borde del desmayo. Es que son muy Salvajes, decía el Boanerges, Solo Así Entienden.


Pero si no pasaba eso, el sol estaba esperando a que sonara la campana casi a la una, y entonces era salir corriendo, mis primos, mi hermano y yo a casa de la abuela, para llegar apenas con Kalimán empezando, cuando el narrador decía Y como Kalimán el Propio Kalimán, para recitar luego lo que era nuestro credo Caballero con los hombres, Galante con la mujeres, Tierno con los niños (aquí mi corazón latía acelerado) Implacable con los malvados, Así es… Kalimán, el Hombre Increíble. Y venga entonces a viajar por tierras lejanas, acompañando a nuestro héroe en su lucha contra los vampiros encabezados por el conde Bartok, que se sentaba frente al piano y tocaba Kalimán, contra el conde Bartok, Tararán, Tararara Tarán. Sentías como se te ponía la piel chinita y casi casi era como si fueras Solín, desesperado ante la magnitud de las catástrofes probables, mientras el hombre increíble te decía Serenidad y Paciencia mi Pequeño Solín, Mucha Paciencia. Pensaba entonces que como chingados no iba a guardar la calma el señor, con todos los poderes que tenía, hipnotizaba a sus enemigos, los dominaba con el poder de la mente, podía fingirse muerto y que no oyera su corazón ni se sintiera su respiración, tenía fuerza sobrehumana y un valor a prueba de todo. Así quien no. Pero el pobre Solín, que era el que todos agarraban de rehén, dejaban colgado sobre los cocodrilos, tiburones o peligros varios para distraer a Kalimán, pues es de suponer que luego de unos meses tuviera los nervios destrozados.
Total que a dos cuadras de la casa de mi abuela había un baldío de casi una manzana, nuestro por derecho de ocupación, y allá íbamos mi hermano Toño y yo, y nos encontrábamos al Chuy y al Carlos, hijos de mi tío Chu, nomás en cuanto se pasaba la hora de la siestecita que tomábamos después de comer. Resulta entonces que a eso de las cuatro ya estábamos listos para la batalla, y como siempre, la bronca era decidir quien era quien en el juego. El Chuy, que tenía 8 años, siempre quería ser el Kalimán y nos echaba unas miradas de tormenta para que lo dejáramos, y si el Carlos se ponía de su lado, pues ni modos, ellos eran los buenos y nosotros a chingarse pues ¿Dónde se ha visto que el conde Bartok le gane a Kaliman? Para acabarla de joder, yo como tenía 6 años y era el más chico, ni a conde Bartok llegaba, nomás a vampirito chalán que invariablemente era el primero en morir. Pero si el Chuy no se aferraba en ser Kalimán, si estaba de buenas, había chance de que se echarán un disparejo entre Carlos, mi carnal y él, y el que ganara podía elegir, es decir, podía ser Kalimán. Y si ese era mi carnal pues entonces yo ascendía en un salto cualitativo de vampiro chafa a Solín, el de los nervios destrozados que enfrentaba todos los peligros. En esa posición, por lo menos podía aspirar a no morir primero, aunque entonces moría invariablemente en segundo lugar. Por supuesto el Chuy era el último en morir, salvo las raras ocasiones en que mi carnal y el Carlos se ponían de acuerdo y entonces cuando el Chuy decía Ya te Maté, desde la plena subjetividad de jugar con armas invisibles, los otros le decían No, No es Cierto, No me diste, o No me Cayó el Árbol Encima, que eran los métodos más frecuentemente utilizados para matar al enemigo.


Después a la casa, y antes de dormir me ponía a pensar en como sería la vida del Solín verdadero, el que andaba con Kalimán, con la esperanza de ser un día el Solín en turno, como ahora lo era Luis de Alba. Siempre me intrigaba como era eso de que Solín tenía otro nombre, y me emocionaba la posibilidad de crecer y ser como el reportero que andaba con Kalimán para arriba y para abajo, grabando todo, y metiéndole un poco de su propia cosecha. Me imaginaba que el reportero mandaba los cassetes grabados a la radio, y me preocupaba la posibilidad de que los malos se conjuraran y secuestraran el envío, dejándonos a los miles de radioescuchas sin saber que pasaba.


Un día, llegó mi papá a la casa de vuelta de un viaje de Chetumal, con un par de cosas que cambiarían nuestras vidas. La una era un radiecito anaranjado, chiquito a más no poder, que funcionaba tan bien como la mega consola que ocupaba media sala. Lo primero que pensé fue Se Acabaron las Corridas de Regreso, me Llevo el Radiecito a la Escuela y nos Detenemos en el Parque, Oímos Kalimán y Luego Llegamos a Nuestras Casas. Estaba en esas cuando oí que mi papá me decía Y Tú Joaquín ¿Entendiste? El Que, le dije. Que Dije que si Sacan el Radio de mi Cuarto les Pongo una Fajeada, dijo mi papá, y tomando nota de que los planes se complicaban, Entendido, contesté. La otra cosa, esa si más sorprendente, era una tele de 12 pulgadas, blanco y negro, como todas las que había visto hasta entonces. En el pueblo era fácil ubicar las tres casas donde había tele, todas alrededor del parque, las casas de la gente de dinero, los que controlaban el comercio y se rolaban la presidencia municipal. Las ubicabas fácil decía, por el grupo de niños hipnotizados que se amontonaban en la puerta viendo las figuritas que pasaban en la pantalla, dejando que las tortillas se enfriaran en el morral, alelados por la magia de la pantalla, al grado de ignorar el riesgo de golpiza paterna que el retardo acarreaba. Y hasta allá veías que llegaban las mamás encabronadísimas gritando Hijo de la Gran Chingada, Te dije que no te Fueras a Quedar Idiotizado, al tiempo que volvían a la vida a sus retoños con un jalón de pelos. Eso hacía reaccionar a dos o tres que se reconectaban con la realidad y salían hechos la raya para sus casas, hasta la próxima mamá que se aparecía. Alguna vez me había yo detenido en una de las mentadas casas con tele, pero nunca le había encontrado el chiste, siempre me tocaba ver a unos señores muy serios hablando de cosas que no entendía, prefería sin lugar a dudas la realidad de la radio, con sus grabaciones de Kalimán tomadas desde el mismísimo lugar de los hechos, y como Kalimán, al propio Kalimán. La perspectiva cambió ligeramente cuando tuvimos la telecita en casa, pues se enriqueció nuestra visión de la vida. Además, como parte de la competencia soterrada y cotidiana entre mi papá y mi tío Chu, aquel vendió una vaca y compro a su vez una tele, lo que nos permitió mantener los puntos de contacto con los primos. Comprendimos entonces como estaba la onda de los canales, había dos, el TRM, que le decíamos Tambito Rellenado de Mierda, por la programación que no nos gustaba en absoluto, y el canal 13 que aportó dos cosas a nuestra vida, La Abeja Maya y Félix El Gato, el Único Único Gato, reduciendo y retrasando nuestras estancias en el baldío. La televisión le puso además, un reloj a nuestras vidas. Antes de su llegada te levantabas, ibas a la escuela, corrías recibiendo los varazos por haber llegado tarde, las clases, el recreo, las clases de nuevo, la salida, Kalimán en la radio, comida, siesta, y juegos en el baldío hasta el anochecer. Ahora entendimos que había horas para todo, nos levantábamos a las siete, llegábamos tarde a la escuela a las 8 cinco, salíamos antecito de la una, a la una empezaba Kalimán, comíamos como a las dos, nos dormíamos y nos despertábamos a las 4 que empezaba la Abeja Maya, hasta las 4 y media que seguía Félix el Gato, el Único Único Gato. Serían como las 5 y cachito cuando salíamos a jugar, hasta la noche, que podía ser a las 6 o las 7, según la temporada del año.


Y como abandonamos la plaza, está fue tomada. Un día como cualquiera llegamos al baldío y estaba ocupado, por los 5 hermanos que eran los hijos del peluquero, los pelones Gutiérrez, les decíamos despectivamente, las escasas ocasiones en que nuestros caminos se cruzaban, cuando un balón de acá para allá o viceversa nos obligaba a dirigirnos la palabra. El mayor de los pelones tendría como 8 años, y de ahí en marimbita descendente con un año de diferencia, de 7, 6, 5 y el pequeño de 4. La toma del baldío por los pelones tuvo un efecto unificador inmediato, se acabaron las discusiones entre mi carnal y los primos sobre quién era Kalimán. Yo, como les dije, estaba fuera de toda discusión al respecto. Quedó claro que Kalimán era el Chuy, el mayor y más vivido, el que iba en tercero, y que todos lo demás éramos los Solines, ayudantes y aprendices de la primesca sabiduría. Al terminar Félix el Gato, el Único Único Gato, tuvimos un consejo de guerra donde planeamos la recuperación del baldío, un consejo donde por primera vez yo tenía voz, aunque yo hablaba y los demás volteaban a ver al Chuy para ver si me miraban con cara de Que Pendejo Eres, o con cara de Hasta que Dices Algo Bueno. Decidimos en Consejo, por idea mía recurrir a los olotes desechados por mi tía Gervasia, la solterona que vivía con la abuela, que se sostenía de vender elotes frente a su casa. Vendía elotes enteros y también esquites, y de la venta de estos últimos resultaba una buena provisión de olotes pesados, que juntamos como parque para la primera batalla. Los pelones, cuyo peluquero padre venía de un pasado reciente como campesino jornalero, tenían tiradores, con una buena y resistente horqueta, con hule de cámaras de llantas desechadas, y como pudimos comprobar literalmente en carne propia, con una puntería de la chingada, por lo menos para nosotros. Así que apenas estuvimos a tiro en los lindes del baldío, y nos empezaron a llover piedras de todos tamaños, y emprendimos cobardemente la huída. Con un rasgo de valor nacido del orgullo mancillado el Chuy se volteó y le dijo Con que con Piedras eh Cabrones Pelones, Mañana Verán. Mi corazón, ya de por si agitado, latió más rápido cuando oí aquel viril reto, mañana sería el día decisivo. Al día siguiente coincidimos todos en casa de la abuela, en torno a la consola, desechamos el radiecito anaranjado de los últimas semanas, en una vuelta a los orígenes en la que esperábamos encontrar la inspiración para la batalla que se avecinaba. Como hacía mucho tiempo, escuchamos el capítulo de Kalimán con particular concentración, sin hablar casi, intercambiando miradas de entendimiento cuando Kalimán se echaba una de sus frases que entendíamos iban dedicadas a nosotros en el duro trance que nos esperaba. Cuando dijo Siempre hay un camino cuando se usan los ojos de la inteligencia, volteamos al unísono a ver al Chuy, y el asintió con gravedad. Todo estaba listo. Fuimos cada quien a su casa a comer, con la promesa de vernos nomás al despertarnos de la siesta, sin parar mientes en abejas ni gatos. Hoy era el todo por el todo, ya habría tiempo para la tele al día siguiente. A las 4 nos vimos en la casa de mi tío Chu. El Chuy nos llamó a un aparte y nos dijo Tengo Todo Listo, si Quieren con Piedras con Piedras Será. Enseguida sacó una cucharita de plástico, de esas desechables de las fiestas, y nos comentó que se le había ocurrido a él solito, usar las cucharitas como catapultas, para aventar unas piedritas así, minúsculas. Uta, que Vivo este Cabrón, pensamos todos reflejando en nuestro rostro el asombro ante la idea genial que nos era explicada. Hasta el momento mi duda era como nosotros, hijos de comerciantes con ínfulas de ganaderos, le haríamos para impulsar las piedras y no quedar en desventaja. El dilema estaba resuelto, así que enfilamos hacia el baldío, cada quién con dos cucharitas, una de repuesto, y un montón de piedritas. La situación no podía ser mejor, el terreno se veía desierto, creímos que habíamos llegado primero y que la defensa sería más fácil que la toma. Apenas estábamos sentando debajo del palo de mango, cuando nos empezaron a llover piedrotas, así, mayúsculas. Los pelones habían llegado primero y nos esperaban arriba del árbol, desde donde nos masacraban. Decidido a vender caro el pellejo, preparé una cucharita con su piedra, y cuando estaba a punto de aventarla tuve una sensación extraña. Me había quedado sólo, los demás llegaban casi a la esquina. Me armé de serenidad y traté de disparar, y la cucharita inútil salió volando junto con parte del pellejo de mi pulgar, que se fue con una piedra de respetable tamaño que me tiraron del árbol. Corrí entonces, con lágrimas en los ojos, un poco por el dolor, otro poco por la convicción de que mi kalimanesco primo era un pendejo, y más pendejos habíamos sido nosotros por haber pensado en que las jodidas cucharas servían para nalgo, y un mucho porque me habían abandonado sobre el terreno. Kalimán nunca habría hecho eso.
Llegué a mi casa, mi mamá me curó con azul en espray, del que usaban para los perros y que ardía muchísimo, me imagino que para que escarmentara. No paró de repetirme mientras la tortura se llevaba a cabo que me lo merecía, si en la tele había caricaturas y comedias, que para que fregados quería andar en la calle. Me quedé pues en el regazo materno, viendo una película. En un cierto punto de la película uno de los protagonistas trataba de ganarse un premio que estaba en lo alto de un palo ensebado, y la gente coreaba Sube Pelayo Sube, Sube Pelayo Sube, junto con un güero deslavado disfrazado de gachupín. Entonces, como si no estuviera dándome la puntilla, mi madre me dijo Ese Pelayo es el que Hace la Voz de Kalimán. Noo, le Dije, Como Kalimán Sale el Propio Kalimán. Demoledora, mi santa madre confirmó Ay Hijo, Como Serás Pendejo, Kalimán no Existe, son unos Actores que Leen las Historias Frente a un Micrófono.

Desde ese día, mi rutina cambió un poco, después de la siesta veía la Abeja Maya, después Félix El Gato, y después las comedias, como le decía mi mamá a sus telenovelas.


Ah, nunca volví a escuchar Kalimán, ni en el radiecito ni en la consola de la casa de la abuela.

lunes, 9 de diciembre de 2013

La casa de mis sueños

Cuando desperté estaba en un edificio grande de vidrio reluciente y escaleras, donde un montón de gente caminaba presurosa, con cara de ir a algún lado o quehacer muy importante. Los hombres estaban vestidos de traje negro y camisa blanca. Las mujeres también, pero con falda y tacones que hacían resonar contra el cristal del piso. Cada cinco pasos hombres y mujeres veían con apremio su reloj y apretaban el paso y las mandíbulas, conscientes de que llegaban todos tarde.  

Aquí trabajo, pensé.

Vi hacia fuera, justo enfrente estaba un bosquecito sobre una pendiente, con una escalinata que te llevaba a una fuente y la rodeaba para desembocar en una casa. No había duda: era la casa de mis sueños. Me llené de orgullo porque vista desde fuera la casa se alzaba en la colina, con el campo de fútbol de la primaria de un lado, y el arroyo de San Cristóbal donde estaba el rosal gigante del otro. Y en medio toda ella, con sus paredes de ladrillo y piedra, viejas pero bellas y su puerta de madera. Al frente no tenía ventanas, nada más la puerta que tocaba casi el techo de dos aguas, limitada por las vigas gigantescas que detenían el resto de la estructura sobre la que descansaban las tejas de barro, olorosas, ordenadas. Esa, definitivamente, es la casa de mis sueños, pensé.

Estaba casi dispuesto a parar alguno de los transeúntes para decirle sonrisa de por medio, mira, esa es la casa de mis sueños, cuando comenzó a temblar. No era la suave oscilación del temblor del año de 1989 que me despertó soñando que estaba en una hamaca, no. El suelo trepidaba encabronado, mientras yo veía incrédulo que los hombres y mujeres apresuraban el paso pero sin gritar, ni mirarse ni nada, mientras empezaban a chocar unos con otros por las prisas y el temblor que arreciaba, y en ese momento caí en cuenta que no sabía donde estaba Ella, y que mis hijos estaban en la casa de mis sueños, y que cada vez temblaba más fuerte en el edificio de cristal, y que tenía que ir a ayudarlos. Pero también me di cuenta de que hiciera lo que hiciera, no iba a poder salir de ahí.


Miré entonces mi reloj, me di cuenta de que me estaba retrasando y apreté las mandíbulas, mientras daba cinco pasos.

Mientras espera

Ha sido un largo día de vueltas y espera  en el aeropuerto. Se supone que salía a las seis de la mañana, para estar, vía salto de diferencia horaria de por medio, a las seis cuarenta en Hermosillo, a más de dos mil kilómetros y después de dos horas cuarenta de vuelo. Pero no. Son las diez de la noche, y recién apenas parece que va a salir. Más fastidiado que cansado, después del apagón y los retrasos que le siguieron, el tipo por fin tiene un pase de abordar; una hora de salida, las once y media; y una puerta  de embarque, setenta y uno de la terminal dos.

Hacia allá se dirige. Se da cuenta que su natural talante antisocial tomó la inconciente decisión de sentarlo justo en medio de la fila, con tres o cuatro asientos libres a cada lado. Con parsimonia deja en la silla de al lado la bolsa de libros, a sus pies la mochila de la compu, y saca con calma y desgana el ipod, dudando si buscar algún álbum o artista en particular, poner alguna lista, o escoger nomás las rolas en orden alfabético y dejar correr la música, en espera de que algo lo sorprenda.

En esas está, cuando percibe la presencia de alguien que se ha acercado pareciera con sigilo hacia la silla en donde está todavía la bolsa de libros. Voltea apenas hacia la derecha y hacia arriba y percibe a una rubia treintañera enfundada en dos o tres capas de pana y de gamuza, como para el doble del frío que realmente hace. Con un suspiro resignado pasa la bolsa de libros de la izquierda a la derecha y decide no ceder a la tentación y voltear a ver a la mujer que toma asiento, para evitar el inicio de alguna conversación, que insulsa o no, no tiene ganas de sostener.

Cuando el aire que ha desplazado suavemente con su cuerpo la mujer llega hasta él, siente que casi se marea. Huele a madera y tabaco, con un toque de cereza, esparcido como barniz sobre piel fresca tostada por el sol. Delicioso. Excitante. Fascinante. Embriagador, piensa y entiende un poco la pertinencia del lugar común. Mientras finge interesarse en la música  del ipod, inspira lentamente paladeando con placer cada capa de aire que pasa por su nariz. En cada respiro trata de memorizar una de sus vetas. En esas está cuando no puede aguantar más y voltea y le pregunta la rubia ¿a que hueles? A mi, contesta ella, y con naturalidad extiende la mano hacia él mientras sonríe y pregunta ¿Querés probar? El tipo mira la muñeca que se le ofrece, y duda entre darle un beso o una mordida. La imagen que le resulta de la mezcla de ese olor que casi lo atonta por cercano, con el sabor que recuerda de la sangre le provoca que se le haga agua la boca.


Sin poder evitarlo se acerca con la boca abierta, para retomar un poco de conciencia en el último momento y terminar en un punto medio que se concreta en una lamida profunda y parsimoniosa. El olor-sabor se le pega a la lengua y paladar, se le enreda en la garganta, y lo hace sentir estúpidamente enamorado. En ese momento resuena en la sala el anuncio de la última llamada del vuelo fulanito con destino a Bueno Aires, en especial para Marina Gambazza, pues se está removiendo su equipaje por procedimiento de seguridad. La rubia se levanta y se enfila hacia la puerta 69 de donde sale el vuelo fulanito con destino a Bueno Aires, y cuando está a punto de perderse para siempre, voltea para decirle al tipo, bueno, ya sabés mi nombre, espero que podás encontrarme. Cuando desaparece por la puerta de embarque, el tipo despierta un poco y abre su computadora, para iniciar el feisbuk y la búsqueda.