De (medias) verdades incómodas y pesadillas de Darwin.
En estos tiempos de catástrofes naturales recurrentes, cualquiera se siente con autoridad para dictaminar con tono doctoral: es producto del calentamiento global. Si un huracán destruye Nueva Orleáns: es el cambio climático. Si se inunda todo Tabasco con un saldo de un millón de damnificados: lo mismo. Si sube el arroz y el maíz: el culpable es el efecto invernadero.
En gran medida este consenso se debe a la amplia difusión que tuvo el documental de Al Gore La Verdad Incómoda (An inconvenient truth, Guggenheim, EUA, 2006). Recurriendo a la larga experiencia de Davis Guggenheim en la realización de series televisivas (ER, 24), Al Gore nos presentó a lo largo del 2007 su visión de las cosas, enumerando una serie de síntomas sobre el estado del planeta que han sido ignorados por mucho tiempo por el gran público.
Echando mano de gráficas, fotografías y hasta dibujos animados, Gore realiza una eficiente labor de traducción del lenguaje científico hacia la lengua popular de lo que le está pasando al mundo, y lo que le pasará si todo sigue como está. Hasta ahí su principal mérito.
Sin embargo, la Verdad, difundida por el ex candidato a la presidencia de los EUA, es una verdad a medias, pues señala el problema pero no los causantes: las grandes compañías transnacionales que anteponen el beneficio económico de corto plazo, sobre la viabilidad de la tierra, incluyendo por supuesto la del género humano. Y de ahí al Premio Nobel de la paz hubo sólo un paso, facilitado por la corrección política del ex candidato que no cuaja como activista en pro del medio ambiente.
En otra tradición se inscribe el magnífico documental La Pesadilla de Darwin (Darwin´s Nightmare, Hubert Sauper, Francia-Austria-Bélgica, 2004). Con gran difusión en Europa durante el 2004 y una inexistente distribución en nuestro país, La Pesadilla de Darwin, aborda otro ángulo de las catástrofes ambientales del mundo contemporáneo: la introducción de especies exóticas a ecosistemas cerrados, en aras del aprovechamiento económico por sobre cualquier otra consideración. El escenario es el lago Victoria, en África central (tan lejana para nosotros, tan cercana a los europeos atados por el sentimiento de culpa de la colonia). En este lago, donde nace el Nilo, miles de pescadores se dedican a la pesca de “la perca del Nilo”, gigantesco pez que llega a pesar hasta 70 kilos. Las cifras abruman: 325 mil toneladas anuales de perca capturadas con medios rudimentarios, que son vendidas a los cientos de procesadoras que se encuentran en las márgenes del lago, para después ser trasladadas en alas de enormes aviones de carga hacia los mercados europeos, donde se consume cotidianamente.
El problema es que los aviones no llegan vacíos, todo indica que dejan armas para alimentar los constantes conflictos de la región y se llevan comida. Además, la presencia de decenas de pilotos en ese ambiente genera un auge de la prostitución, el alcoholismo y la drogadicción. Son desgarradoras las imágenes de los niños peleando por comida, o las del comercio paralelo, que se esconde al aséptico procesamiento en las plantas ribereñas, mediante el cual se venden a la población local los desperdicios de la pesca, cabezas de pescado fritas, que les son disputadas a los gusanos.
El discurso de las autoridades y los empresarios, retratado magistralmente por Saupert, suena preocupantemente conocido: “los ecologistas no ven los empleos que se generan con esta actividad, sólo ven las cosas malas”. La pesadilla se multiplica cuando vemos los efectos netamente ambientales de la introducción de la perca del Nilo, pues esta ha provocado la desaparición de decenas de especies nativas de peces, acabando con el frágil equilibrio ecológico del lago Victoria, poniendo en riesgo la subsistencia de miles de personas en la región en el mediano plazo. La Verdad retratada por Saupert es completa: se señala el desastre ecológico, la voracidad de las empresas globales, y el efecto combinado de esto en la sociedad. Ni Darwin en sus peores pesadillas pudo haberlo soñado.
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