viernes, 19 de septiembre de 2008

Entre la ficción y la cruda realidad: La Reina del Sur, la Reina del Pacífico.





  (...) A partir de 1997 y hasta el 2000 que dejé Chiapas, encontré un cierto equilibrio entre la militancia y la vida, que compartí entre varios círculos de amigos. Entre ellos, hubo un pequeño grupo, compacto, con el que acometimos a fondo cuanta tarea se nos puso enfrente. Me explico. No es que estuviéramos cambiando el mundo ni nada de capital importancia -aunque a veces creíamos que si- era solo que le entrábamos a todo con entusiasmo desbordado: que si jugábamos ajedrez, jugábamos hasta que le veíamos forma de caballos a los carros, de torres a los postes, y le parábamos cuando de plano perdíamos el contacto con la realidad, soñando despiertos con estrategias para el mate definitivo que señalara al campeón indiscutible de los minitorneos cruzados. Si decidíamos que nos gustaba un disco, por ejemplo de Óscar Chávez, Sabina o Manu Chao, lo poníamos hasta que le vecinos se aprendían las rolas, y lo quitábamos cuando nos amenazaban de muerte inmediata si no diversificábamos.
En una de esas nos clavamos con la zaga de "Los Tres Mosqueteros", repartiéndonos los papeles principales, imaginando tramas paralelas, esperando impacientes a que los cuatro libros fueron rolando por todos para ir compartiendo impresiones, platicando los avances con una copa de Casillero del Diablo imaginando que era D´Anjou, sin poder ponernos de acuerdo quién de nuestras conocidas era la terrible Milady, disfrutando en suma de la experiencia. De por sí, en mi caso, "Los Tres Mosqueteros" fue el primer libro en forma que leí a mis once años, y a la fecha lo debo haber leído un mínimo de 15 veces. Pero bueno, eso se los platico en otro momento.
El fervor mosqueteresco nos llevó a rastrear libros que hablaran de los libros que leíamos, y llegamos, inevitablemente, a "El Club Dumas", de Arturo Pérez-Reverte (no estaba desvariando, voy al tema que da título a esta entrada). Entendimos que no éramos los únicos apasionados con la obra del francés, y nos trasladamos al reino de la ficción donde se podía incluso matar a alguien por un manuscrito de Dumas, aderezado el asunto con la infaltable mujer fatal, un hombre atormentado, un toque de experiencias paranormales y demás ingredientes que mezcla sabiamente Pérez-Reverte en sus obras, tan entretenidas. Después, ya en solitario, le seguí la pista al autor con "El Maestro de Esgrima", "La Piel del Tambor", "El Pintor de Batallas", y la zaga del "Capitán Alatriste".
Desde el principio he disfrutado la obra de Pérez-Reverte, y desde el principio me percaté de que me gusta por lo que son sus principales debilidades: El fondo en el que transcurren las historias siempre es un entorno exótico teñido de romanticismo, como muy dirigido hacia el pequeño burgués primermundista que mira al sur con la nostalgia que tenía Gauguin a su regreso de Tahíti. Como parte de ese cuadro, existe siempre una mujer, La Mujer arquetípica, libre, atormentada, que toma sus decisiones con frialdad hasta que la vence el corazón, o que las tomaba con el corazón hasta que la venció la frialdad de la vida. No falta tampoco el hombre atormentado, con un pasado duro, que lo ha convertido en un filósofo de la sencillez, o un hombre de vida simple que pasa por una experiencia que lo hace ver la vida con el desencanto de la inocencia perdida. Súmele e eso el ritmo de la acción detenida de cuando en cuando con miradas retrospectivas que explican el presente, y tenemos todos lo ingredientes de la obra de Pérez-Reverte. Eso lo intuía, pero no tenía -como creo que tengo ahora-, los elementos para ponerle nombre y apellidos al asunto. Cuando empecé a dar clases de Sociología de la Comunicación, le entré de lleno a la obra de Umberto Eco, y en unos de sus textos (creo que "Apocalípticos e Integrados") encontré las claves de la obra de Pérez-Reverte, en un análisis general de la cultura de masas: Pérez-Reverte gusta por la tranquilidad que nos da enfrentarnos con pautas conocidas. Eso, entre otras cosas, me permitió entender el éxito de las telenovelas, o de personajes tan nefastos como Adal Ramones, de los que ves un programa y ya viste todo, por la repetición hasta el absurdo de tramas, personajes y situaciones. No aplica para el caso de los guionistas de televisión, pero en el caso de Pérez-Reverte existen ciertos elementos que le dan a su obra trascendencia. Su oficio como escritor, ganado como reportero de guerra; la documentación histórica y contextual, que se nota realiza a fondo para cada obra; y la compresión de lo ajeno, de los códigos morales que rigen la vida de los seres humanos en distintas latitudes y contextos.
Cuando salió a la venta "La Reina del Sur", le caí entonces de volada, conciente de que por primera vez tendría la posibilidad de contrastar la percepción del autor con un entorno conocido para mí. La obra resume las principales virtudes y defectos de la obra Pérez-Revertiana. Desde el título apuesta a seducir al enamorado del Sur, transcurre a medias en el sur profundo (México) y a medias en el sur vecino de los europeos: África del Norte y el Estrecho de Gibraltar, donde, también, las cosas escapan a la sencillez de la vida de un ciudadano español amante de la monarquía y de las leyes. El escenario en la parte mexicana no termina de cuajar, y tal vez conciente de ello el autor asume la personalidad del reportero español que en realidad es, para marcar la distancia que le permita licencia para las exageraciones, o para pasar por encima del marco local recurriendo a los clichés: las cantinas sinaloenses, la sierra rumbo a Durango, el sur de Sonora, la capilla de Malverde. Tampoco (y esto tómese con las reservas del caso pues lo dice un chiapaneco) termina de adueñarse del lenguaje local. Al ensayar una protagonista mujer en un entorno de machos, se ve obligado a explicar con constantes introspecciones el salto cualitativo que le permite a Teresa Mendoza pasar de amante de un narco a jefa de una organización internacional, incluyendo la zambullida en la obra de Dumas. El autor explica el salto señalado con una analogía descarada del Conde de Montecristo, incluido Abate Faria y tesoro que permiten a La Reina regresar de la cárcel refinada y poderosa.
La única relación entonces con "La Reina del Pacífico" es que ambas son mujeres destacadas en un mundo de hombre violentos, aunque como dice la misma Sandra Ávila a Julio Scherer, tal relación no vaya más allá, y se queje con amargura de que Felipe Calderón la marcó con el apodo, juzgando y sentenciando sin pruebas, de la acusación de ser un importante enlace entre cárteles colombianos y mexicanos. La amargura destila en el libro de Scherer cuando se aborda este tema, o cuando cuenta La Reina de los años prófuga, las pérdidas personales (se dice tres veces viuda, del esposo, del marido y del novio) o cuando explica porque prefiere que no la visiten amigos y familiares, en una auto condena al exilio de los cariños cercanos.
Julio Scherer, sobra decirlo, es un maestro en el arte del periodismo en general, de la entrevista en particular y un narrador que por su intertextualidad y conocimiento de las cloacas del sistema, hace en el libro constantes saltos laterales y al pasado. Uno de los saltos me llamó particularmente la atención: el policía que catea y desvalija la casa de La Reina, es hijo de otro, que Julio conoció en otros años viviendo en medio del lujo, y que se suicidaría después de matar a su mujer.
El acomodo de las entrevistas nos permiten acercarnos paso a paso a lo que Sandra Ávila llama la sociedad narca: “veo aun lado y están los narcos, volteo al otro y están los policías y militares, veo al frente y los veo juntos“, dice. La diferencia entre el mito Pérez-revertiano y la cruda realidad mexicana se asoma en cada línea del libro de Scherer, por ejemplo cuando comenta La Reina de las dificultades que surgen al tratar de moverse, independiente, en la masculina sociedad a la que pertenece.
Julio Scherer, como siempre, no juzga ni condena: se limita a tratar de comprender y compartir lo que comprende, las más de las veces dejando la voz a Sandra Ávila, matizando, enumerando (179 joyas de primera calidad le fueron decomisadas), dándonos a sus lectores, el trato que merecemos.


Lo vamos a extrañar cuando ya no esté.

1 comentario:

Unknown dijo...

vos... dotes de gandalf tenés...